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23 de Abril: Día del libro

Era su séptimo cumpleaños. Y Marie, que llevaba semanas restando los días que faltaban para la gran fecha, se levantó aquella mañana con la eclosión de una energía hasta entonces contenida.

Bajó las escaleras a toda velocidad, después de asearse y vestirse con su mejor vestido, un precioso y elegante atuendo hecho de tul y gasa de color rosa, fue corriendo a buscar a su abuelo, que una vez más la sorprendió. En un ademán de dulce caricia, el abuelo sacó de detrás de la oreja de Marie una exuberante rosa roja que hizo brillar los ojos de la pequeña. El abuelo la miró fijamente y con un hilo de voz, el único que le permitió la emoción, le dijo: ¡Felicidades pequeña!

Marie amaba a su abuelo, siempre había vivido con él, le encantaba cogerle de la mano y conducirle a todas partes en busca de respuestas a interrogantes inverosímiles, porque estaba convencida de que sólo su abuelo conocía todos los misterios que envuelven el mundo. Él entonces se sentía henchido de orgullo y la acompañaba sin rechistar, aunque a veces fuese incluso a un ritmo frenético, hasta los recovecos más extraños que deseara visitar la pequeña. A veces simplemente se sentaba a su lado en silencio, y por primera y única vez, aquella calma serena no la incomodaba, sino bien al contrario, aprovechaba aquellos segundos de mansa paz para revivir en su mente todo lo compartido con su abuelo y todo lo que juntos podrían planificar. Tanto era el tiempo que Marie y su abuelo pasaban juntos que Marie conocía el nombre técnico de todas y cada una de las plantas de su jardín, e incluso, adornaba más de una conversación con un elocuente refrán, una habilidad que en clase la había hecho digna merecedora del título de “la refranera”, como la conocían sus compañeros. Ella se sentía orgullosa de representar tamaño reconocimiento, pues sabía que el mérito se lo debía a su abuelo, por eso siempre le decía que el honor debía ser compartido.

El abuelo de Marie seleccionaba cada día para ella una historia de amor, de amigos que se encuentran tras años de distanciamiento, de personajes históricos, de seres imaginarios, mitos y leyendas, e incluso historias de su juventud que transmitía a la niña con la esperanza de que cobrasen vida generación tras generación. Marie decía que ese era su momento, el de su abuelo y ella, y que sacrificaría cualquier cosa por disfrutar eternamente de aquellos instantes que consideraba mágicos. De hecho, no podía conciliar el sueño si su abuelo no la deleitaba con uno de sus relatos, cada uno de los cuales iba seguido de un sinfín de preguntas que terminaban por hacer reír al abuelo.

Pero aquella mañana de 23 de abril su abuelo le había preparado a Marie una sorpresa que nunca olvidaría. Después de su entrañable encuentro en el jardín, su abuelo le tendió la mano, y Marie se acogió con fuerza a ella, y así, tras cruzar el enorme portón que separaba su casa de la calle, comenzaron a caminar juntos por avenidas y parques hasta llegar a las puertas de un emblemático edificio que Marie ya había visto otras veces, sin embargo, era la primera que lo contemplaba a tan poca distancia, y francamente le impresionó. Su abuelo se detuvo en seco y entonces le dijo: Marie cuando abramos las puertas de este imponente castillo, podremos llegar hasta su torre más alta donde habitan los secretos y misterios más fascinantes que pudieras imaginar, todos los protagonistas de las miles de historias que te he contado pasaron por aquí alguna vez y en él se quedó su corazón, su esencia. Cuando entremos, tú y yo nos convertiremos en cómplices de muchos de ellos, resolveremos grandes incógnitas, viajaremos lejos, hasta los lugares más exóticos de los confines de la Tierra, viviremos trepidantes aventuras, podrás ser lo que siempre soñaste e incluso sentir la experiencia de vivir en otra época y saber entonces cómo todo ha cambiado. Aquí Marie, siempre podrás reencontrarte con tu inocencia cuando ya seas mayor, o disfrutar de la sensación de volar libre a través de las nubes. Aquí Marie podrás ser eternamente feliz.

La pequeña miró a su abuelo con ojos exaltados y le rogó que no demorasen la entrada. Una vez dentro, Marie se sobrecogió por la inmunda cantidad de libros que poblaban las majestuosas estanterías de aquel lugar que le pareció un auténtico paraíso. Su abuelo la miró complacido y la animó a que cogiese un ejemplar, la primera historia que desease descubrir. Y así, sentados sobre un cálido y acogedor banco de madera, con la poderosa luz del día filtrándose a raudales por la transparencia de aquel ventanal, Marie y su abuelo se dejaron llevar por el poder de aquellas primeras letras…

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Miradas

Es el cristal por el que irradia la luz de nuestra alma, la esencia de lo que somos y sentimos. Para ella no hay secretos, quizá después de todo lo vivido, llegó a la conclusión de que merece la pena actuar con naturalidad. Sin embargo, y contrario a lo que todos pudieran pensar, en las bambalinas de su corazón aguarda latente la auténtica verdad. Allí, en ese recóndito lugar que nunca se ve desde el escenario de la realidad, se mueve sin rumbo fijo la tristeza que dejó la soledad, la desolación que llegó con el vacío, el desconsuelo de un dolor irreparable, la frustración de un sueño incumplido, el miedo genuino de la inseguridad, la timidez invencible, los pensamientos más íntimos, lo que callamos y lo que deseamos gritar; pero también vaga tenue la esperanza, la ilusión, el deseo irrefrenable de encontrar a alguien especial que entienda el lenguaje de nuestros ojos sin necesidad de palabras, alguien que nos complemente y se atreva a traspasar sin recelos el fino tul que nos distancia y nos diferencia del resto del mundo, mientras nosotros -sin saber bien qué decir- cedemos el protagonismo a ella, nuestra mirada, que pestañea presumida al amor.

Ella es frágil, y se hiere con facilidad, cuentan que a veces incluso la vieron derramar amargas gotas de sal. Ella, pícara y honesta, reserva la capa de la ambigüedad para protegerse del desencanto, y pasar inadvertida a los demás. Ella, a la que le gustaría alardear de utilizar con fundamento la ironía, termina siempre por delatarse y revelar su delicada, pero encantadora vulnerabilidad, herencia de fuertes y amargas experiencias.

Ella que todo lo presencia, graba siempre en su memoria el recuerdo de cada vivencia, y sólo ante la mirada franca del espectador que espera paciente, activa la luz de su cinematógrafo y proyecta la historia de su vida.

Las miradas de nuestros alumnos se encontraron en estas entrevistas, y gracias a ese cruce mágico hoy podemos conocer sus emociones y sueños, sus expectativas y temores, y en definitiva su yo más sincero.

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