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El árbol de las mil historias

Un día cualquiera, hace muchos, muchísimos años, alguien tuvo una idea; puede que no fuera la más ingeniosa, ni siquiera demasiado original, puede incluso que otros la hubieran imaginado antes, pero prefirieron reprimir su deseo de hacerla volar… Hasta que llegó él, el corazón que le dio a esa mano el coraje para escribirla, que no privó a sus articulaciones del genuino placer de una danza no pautada, liberándola así a la exultación de un escenario en blanco, preparado para el desfile sinuoso y curvilíneo de sus letras…

Letras de arrolladora personalidad que se aunaron formando bellas palabras; vocablos y más vocablos hermanados entre sí creando un pensamiento unívoco, la aventura hecha prosa de un valiente soñador. Y de esta manera, la historia que había nacido y crecido en aquel apabullante interior fue desplegando sus alas a la luz de la atenta mirada de aquellos que la quisieron contemplar, permitiendo que su intensidad no perdiese jamás su efervescencia.

Aquel relato se antepuso con coraje a los desafíos del tiempo, buscando siempre el mejor refugio en la caricia reconfortante de un tacto cálido, ávido de guardar para sí el perfume de esa personal esencia y procurarle un nuevo hogar.

Y así transcurrió su vida, sin rumbo fijo, abandonado a la emoción de una itinerante travesía por cielo, tierra y mar; con las compuertas abiertas a la espera de un intrépido navegante, decidido a embarcarse en la experiencia que prometían unas veteranas páginas.

Aquella historia, que en el momento de su nacimiento, nada le hizo sospechar que llegaría tan lejos, sonríe ahora plácidamente entre nuestras manos, mientras entre sus líneas viajan libres un sinfín de recuerdos, como el sesgo de una lágrima perdida, o el eco lejano de miles de voces susurrando palabras llenas de fuerza y valor, como el recorrido tenue de las yemas de unos dedos sobre el papel curtido; o los inconfundibles sollozos, o las contagiosas carcajadas… Lecciones para no olvidar y muchas otras para entender sólo con el fruto de los años…

No le fue fácil ni a aquel primer libro, ni a todos los que vinieron después, asumir que su lugar era estar en todas partes, incondicionalmente dispuestos para todo aquel que necesitase de ellos, preferían la comodidad de una vida sedentaria, pero al entrar en contacto con las emociones y sentimientos más profundos de la gente, comprendieron que habían creado las más sólidas raíces, fuentes de luz y de vida, cauce de nuevas e increíbles historias que serán la inspiración de todas las que vendrán. Y esto es sólo el principio…

“(…) No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo. Pase lo que pase nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre. No caigas en el peor de los errores: el silencio. La mayoría vive en un silencio espantoso. No te resignes. Huye…”

WALT WHITMAN

OJOS DE SOLEDAD por Soraya Aracil Seco, 2ºESO A

Todo comenzó aquel gélido invierno. Era un lunes de 1932 , Lynette era una joven de familia prestigiosa, cuyo único miedo era el tiempo, una joven consentida a la que no le complacía reconocer las verdades de la vida, su única preocupación era ser como Peter Pan y vivir en el país de nunca jamás para siempre. Lynette se embarcaba en aquel país, donde solo ella podía oír el ruido del oleaje. Ella sólo quería ser la juventud y la alegría y sentirse como un pajarillo recién salido del huevo.

Pero un día en la penumbra del atardecer, Lynette se adentró en una pequeña librería de París en busca de nuevos ejemplares. En ese momento vio a una joven. Su rostro y sus brazos vestían una piel pálida, casi translúcida, con rasgos afilados dibujados a trazo firme bajo una cabellera negra brillante, que brillaba como una piedra humedecida. Pero algo en su porte y en el modo en que el alma parecía caerle a los pies la diferenciaba. Parecía atrapada en un estado de perpetua juventud. Sus labios esbozaban una sonrisa tímida y temblorosa. Sus ojos palpaban el vacío, pupilas blancas como el mármol, tenía algo en aquellos ojos blancos, algo que la distinguía de las demás chicas. Estaba ciega.

Lynette se acercó a preguntar qué hacía una chica que no podía leer en aquel lugar, fue entonces cuando la muchacha habló. Con esa voz de cristal, trasparente y tan frágil que le pareció que sus palabras se quebrarían.

Le contó que ella leía con ojos de prestado, y que para ella esto era un mundo de sombras. Quizá fue aquel pensamiento, quizá el azar o su pariente de gala, el destino, pero en aquel mismo instante Lynette supo que en aquella ocasión podría hacer el bien en vez del mal, hipnotizada por aquella mirada de porcelana, con ojos sin lágrimas ni engaños. Lynette se arrepintió de aquella pregunta y fue entonces cuando sugirió que ella podría ser aquellos ojos, pues ella no conocía el placer de leer, de explorar puertas que se te abrían en el alma y así poder devolverle la vista que había perdido.

Cada mañana las dos muchachas se reunían en la pequeña librería de París.

La joven sin nombre, al parecer se llamaba Adeline, sostenía que pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino en tu corazón.

Aquella joven le enseñó que no había lenguas muertas, sino cerebros aletargados y que la codicia era pecado mortal de necesidad.

Lynette cada vez quería saber más sobre Adeline y su misterioso pasado. Era como un silencio a gritos que aun no había aprendido a acallar con palabras, pero Adeline sólo quería dejarse envolver por el sortilegio de la historia y su mundo.

Cada vez que leía, la voz de Lynette comenzaba un tanto envarada al principio, pero poco a poco se iba relajando y pronto se olvidaba de que estaba recitando, para volver a sumergirse en la narración, descubriendo cadencias y giros en la prosa que fluían como motivos musicales, acertijos de timbre y pausas en los que no había reparado en su primera lectura. Eran como nuevos detalles, briznas de imágenes y espejismos que despuntaban entre líneas.

Las visitas a la librería eran casi diarias. La librería disponía de fabulosos libros que les hacía disfrutar de increíbles y fascinantes aventuras, aunque algunas tardes apenas leían. Ahora abrían un universo infinito por explorar y sabían que, más allá de aquellas estanterías, el mundo dejaba pasar la vida. Juntas los minutos y las horas se deslizaban como un espejismo.

Lynette supo más del pasado de Adeline, ésta se encontró en un mundo de tinieblas, y seguía embrujada por los recuerdos y las vivencias aglomeradas en cada rincón de su memoria. Vivía en la sombra con un eco de soledad y pérdida, vivía en el pasado, en un mundo de quietud, miseria, y rencores velados. Era como si Adeline se descompusiera en mil historias, como si sus relatos hubiesen penetrado en una galería de espejos y su identidad se escindiera en docenas de reflejos diferentes y al mismo tiempo en uno solo.

Con el tiempo Lynette y Adeline se hicieron inseparables, Lynette ahora había cambiado, era una chica más dulce y ayudaba a Adeline a luchar para recuperar una infancia y una juventud perdida, porque gracias a ella los ojos de Adeline, ojos de niebla y pérdida, ya nunca más mirarían atrás.

“Porque una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Para cuando la razón es capaz de entender lo sucedido, las heridas en el corazón ya son demasiado profundas”. (La sobra del viento, Carlos Ruiz Zafón).

EL VIAJE DE YASHIRA por Lucía Valls Hernández, 2ºESO B

Mi nombre es Yashira, tengo catorce años y vivo en una ciudad de Siria llamada Homs junto con mi familia, o al menos vivía allí hasta que la guerra comenzó. Desde ese momento siempre que miraba a mis padres los veía cada vez más asustados y angustiados, como si predijeran lo que iba a pasar. Entonces llegó el día en el que todo Homs tembló. Aquella mañana mi madre nos despertó a mi hermano y a mí. Era la primera vez que la veía tan asustada. Me vestí con la primera cosa que cogí del armario, me puse unos zapatos y bajé las escaleras lo más rápido que pude. En el portal nos esperaba mi padre con unas maletas, una mochila y un gesto de terror en el rostro, le pregunté pero él no me dijo nada, entonces mi madre bajó con mi hermano en brazos y abrazó a mi padre con ternura.

Cuando salí a la calle aquello era un infierno, coches, gente corriendo, soldados, ambulancias, camiones, aquello era un caos. Mi padre me miró y me señaló un coche aparcado en la cuneta, al momento nos subimos en él. Era un taxi. Mi padre le hizo una indicación al taxista y éste arrancó. Pasada una hora ya estábamos a las afueras de la ciudad. Cuando eché la vista atrás vi la catástrofe, explosiones, fuego, la imagen más aterradora que había visto jamás. Los siguientes acontecimientos sucedieron rápido, el taxista nos dejó en una estación de autobuses, no llevábamos mucho dinero así que nos lo gastamos todo en pagar el taxi y el billete de autobús. Aquel autobús nos llevó hasta la costa donde mi padre, debido a que no teníamos dinero ni nada parecido, se vio obligado a caer en las hipnóticas redes de la inmigración ilegal, si quería salvar a su familia e ir en busca de un esperanzador futuro.

Pasadas unas horas nos encontramos con más gente como nosotros que también querían cruzar el mar para llegar a Europa, pero aún no sabíamos cómo hacerlo, no teníamos barco ni coche y no había ninguna manera de comunicarse con el mundo, ni teléfono ni internet, absolutamente nada. Entonces no teníamos otra opción que llegar andando a Europa, así que nos pusimos en marcha, y afortunadamente la suerte se puso de nuestro lado y mientras recorríamos un camino vimos pasar una furgoneta, ésta paró y de ella bajó un hombre alto y fornido vestido con un uniforme, un chaleco antibalas y un rifle colgado del hombro, el hombre nos habló pero no entendimos nada, pero por suerte uno de los hombres del grupo hablaba inglés, éste le contó lo sucedido y con un gesto nos dijo que subiéramos al vehículo, que él nos llevaría a un lugar seguro. Mi padre y otros dos hombres se sentaron en la parte delantera mientras que a los demás nos bastó con la parte trasera. Pronto cayó la noche y paramos, todos se durmieron al momento, pero a mí me costó mucho dormirme, lo conseguí después de algunas horas. De repente un ruido me sobresaltó y entonces vi como el soldado se peleaba con otro hombre, éste llevaba un pañuelo cubriéndole la boca y un traje negro donde se podía leer “estado islámico”. Se pegaban puñetazos y patadas hasta que vi como el soldado se sacaba un puñal de la bota y… El soldado se giró hacia mí y yo cerré los ojos, simulando no haber visto nada. Ya por la mañana me fijé y vi que el paisaje había cambiado, ya no estábamos en Siria sino en Turquía, al instante el vehículo se detuvo y bajamos todos, de ahora en adelante tendríamos que seguir a pie, le dimos gracias al soldado, nos despedimos y empezamos a caminar.

Pasaron los días y se nos acababa la comida y el agua. Pero de nuevo la suerte fue generosa con nosotros y nos encontramos con miles y miles de personas como nosotros que querían aspirar a un futuro mejor, nos unimos a ellos y no tardamos mucho en llegar a la frontera entre Grecia y Turquía y allí nos separamos. A mi familia y a mí nos subieron a un autobús que nos llevó hasta Hungría. Allí estuvimos mucho tiempo hasta que un día cuando mi padre ya había perdido toda esperanza, conseguimos subir al tren, al tren de la vida, al tren que nos llevaría hacia un mañana mejor. A día de hoy sigo en ese tren, pero no me faltan ganas, al contrario estoy impaciente por llegar al que será mi nuevo hogar, por volver al colegio y aprender y, sobre todo, por olvidarme de todo esto, pero eso no es lo más importante, lo que importa es que al fin he recuperado la esperanza y las ganas de vivir como muchos otros niños como yo, porque al fin y al cabo una muerte es un precio muy bajo por tantas miles de millones de nuevas esperanzas por vivir. Esta historia está inspirada en historias reales de niños que por desgracia están viviendo esta terrible guerra y sus muchas consecuencias. 

“SÓLO ES FELIZ EL QUE ES LIBRE, SÓLO ES LIBRE EL QUE ES LO QUE DEBE SER» por Laura Azorín Rico, 2ºESO A

En un aula suelen haber cuatro clases de niños, el primer grupo son los listos que se esfuerzan; el segundo grupo son los listos que no se esfuerzan; el tercer grupo está formado por aquellos a los que les cuesta más aprender y se esfuerzan lo máximo que pueden; y por último están los que les cuesta más y no hacen nada. En la escuela de una pequeña ciudad había un grupo de chicos que eran muy amigos, dos de ellos pasaron la ESO y los otros dos cumplieron los 16 y se fueron del instituto a trabajar en los negocios de sus familias. Marc y Antonio fueron a la universidad y se sacaron una carrera, Marc era muy inteligente y no le costó mucho sacársela, mientras que Antonio se tenía que esforzar más ya que no lo entendía nunca a la primera. Marc estudió para sacarse un doctorado y Antonio estudió lo que más le gustaba que era la mecánica, Marc quería ser profesor, pero su padre y su abuelo se sacaron el doctorado y su padre le obligó a sacárselo también.

Pablo, por su parte, se puso a trabajar como camarero en el bar de sus padres, pero eran éstos quienes en realidad lo mantenían ya que éste apenas hacía nada, el problema vino cuando éstos se jubilaron y Pablo tuvo que llevar el bar adelante con lo que había aprendido, trataba mal a los camareros y como el cocinero pedía demasiado dinero contrató a otro que apenas sabia hacer una tortilla, desde ese momento el bar fue cuesta abajo ya que a los clientes no les gustaba nada la comida de ese bar y dejó de ir gente, ya no iba casi nadie así que no le podía pagar a nadie y los empleados se fueron y tuvo que cerrar el bar.

En cuanto a Raúl, éste fue a trabajar a la panadería de sus abuelos, y se tenía que levantar a las cuatro de la mañana todos los días y no tenía días de descanso, así que al final se fue por vago. En el colegio, donde habían estado anteriormente estos cuatro chicos, iban a hacer una cena de antiguos alumnos y se encontraron los cuatro, Pablo y Raúl se inventaron que aún estaban trabajando y Marc dijo que era profesor en la mejor universidad que había en la ciudad, Antonio sabía toda la verdad sobre los tres y con una sonrisa en la cara les dijo: «solo es feliz el que es libre, y solo es libre el que es lo que debe ser». Los tres se quedaron boquiabiertos al escuchar estas palabras que les invitaron a reflexionaron. Aún tenían 25 años así que se pusieron a estudiar lo que más les gustaba, Marc estudió magisterio y acabó de profesor en secundaria; Raúl hizo un curso de informática que le sirvió para encontrar un puesto en una tienda como reparador de ordenadores; Pablo estudió hostelería y abrió de nuevo el restaurante, que al final tuvo mucho éxito.

EL HERIDO por Aitana Palao Peydró, 2ºESO B

“Quizá Whitman tenía un don que yo no tengo. Por lo que a mí respecta, tengo que preguntarle al herido dónde tiene la herida, porque no puedo convertirme en el herido. El único herido que puedo ser es yo mismo.” John Green.

‐ Mamá, tienes que comer algo, estás muy débil.

No paraba de sollozar, tenía la cara pálida y unas ojeras hasta los pies.

Más sollozos.

‐ Lo siento cariño, pero no puedo. Necesito ir al dormitorio para poder pensar con claridad.

Y ahí fue cuando la gota colmó el vaso.

‐ ¿Qué quieres pensar, que papá no está? Eso ya lo sabes, llevamos tres meses con lo mismo, y ya sé que estás triste y que crees que has perdido al amor de tu vida, pero si no está no está, mamá. Tenemos que asumirlo. No sé si te has dado cuenta pero hace tres meses que no lavas, que no planchas y que no haces la comida, sé que tengo que ayudarte y todo eso, pero lo estoy haciendo todo yo sola. ¡Que tengo sólo trece años mamá!

Y me derrumbé.

Era la primera vez que lloraba desde la desaparición de papá. Creo que mamá ya lloró por las dos. Pero se me juntó todo: el estrés, la tristeza, la rabia, la impotencia…A la mañana siguiente estaba hecha polvo, me pasé mucho y sentía las punzadas dolorosas del remordimiento sobre mi conciencia, pero en aquel instante no sé bien por qué, no pude reprimir lo que sentía, estaba sobresaturada.

Mamá estaba diferente, aunque creo que la bronca de ayer no sirvió de nada, la verdad, tampoco creía que funcionaría pero necesitaba desahogarme.

Hice el desayuno y me puse a planchar, estaba agotada, pero tenía que hacerlo, sino, estaríamos igual que al principio. Mamá no abrió la boca en toda la mañana. Después me fui a comprar. No nos quedaba mucho dinero, así que compraba lo justo. Habían echado a mamá del trabajo y nos quedaban unos pocos ahorros, y el dinero que tendría que ser para mi universidad. La tía Emilia nos ayudaba con lo que podía, pero tampoco es que le sobrara el dinero, y para colmo estaba en el extranjero.

Al volver a casa, mamá estaba en la cocina.

‐ ¿Sólo me traes eso de comer? Que sepas que hace mucho que no como bien.

Me quedé pasmada, no entendía por qué me hablaba así, había hecho todo lo que podía pero me estaba poniendo de los nervios. Encima tampoco es que nos lleváramos muy bien cuándo papá estaba.

‐ Por cierto, necesito mi vestido rojo para ir al trabajo.

‐ ¡¿Qué?!

‐ Pues lo que te he dicho, que lo necesito para dentro de una hora.

‐ ¡Mamá entiendo que estés triste, pero no puedes pagarlo conmigo!.

Y me fui. Literalmente. Salí por patas y cerré de un portazo.

La verdad no sé por qué lo hice, no tenía nada, pero no pensaba aguantar más. Sabía que tarde o temprano tendría que volver, pero eso no me impidió hacerlo, encima ya había dado el primer paso.

Seguía con las bolsas de la compra en la mano y el cambio, por lo menos tenía provisiones, ahora me faltaba un sitio al que ir.

Me escondí en el jardín de la casa. Yo quise venderla cuando empezaba a escasearnos el dinero e intenté convencerla, pero no me respondió, sólo negó con la cabeza. Me alivió que no saliera y me encontrara detrás de los arbustos del jardín. Pero me entristeció ver que no había salido a buscarme.

Dormí sobre el césped, y por la mañana, se me ocurrió ir a buscar a papá, pero no sabía por dónde empezar.

Primero fui a la policía, pero me dijeron que habían cerrado el caso, lo que me pareció muy extraño.

Aunque no sabía lo que me esperaba ni a lo que me tendría que enfrentar.

Ya más entrada la tarde, pasé por la que era su antigua casa de soltero, la había comprado una pareja, quienes me dijeron que lo sentían pero que por allí (que ellos supieran), no había pasado nadie.

El pueblo era pequeño, y no había muchos sitios donde esconderse, pero si era cierto que lo habían raptado, no podría estar allí, hasta me costaba creer que siguiera vivo.

Volví al jardín sigilosamente para que mamá no me escuchara. Comí unas frutas, que era lo último que quedaba, y me acosté para, al día siguiente, volver a emprender la búsqueda.

Supongo que me levanté pronto, el sol estaba saliendo, y trepé por la valla para seguir investigando. Me había quedado sin sitios para buscar cuando me choqué contra una mujer en un cruce y se le cayeron los papeles que llevaba en una carpeta de colores vivos. La mujer era alta y esbelta, rubia y con los ojos verdes, iba bien vestida y ligeramente maquillada. Le ayudé a recogerlos, pero cuando me vio salió corriendo y se dejó los papeles en el suelo.

Me inquietó esa mujer, y cómo la cara se le puso pálida al verme, así que decidí seguirla, algo me decía que era importante.

Gracias a Dios no subió en el coche, porque sino sí que hubiese sido difícil alcanzarla…Pasó una manzana y dejó de correr, supongo que o se cansó o no sabía que la seguía. De repente, entró en un chalet muy lujoso y se me ocurrió mirar por la ventana, (la verdad, si hubiese sabido lo que me iba a encontrar, no se me habría ocurrido asomarme por esa ventana…) Me topé de bruces con la verdad, la cruda realidad, y me desmayé ante tal dramática situación. Mi padre, en el que había confiado todos estos años, el que era mi ídolo, el que me había educado y mimado, salió para ver quién se había desmayado en el césped de su nueva casa, de su nueva familia.

LOS AMIGOS Y LA PACIENCIA por Lidiana Martínez Pérez, 2ºESO A

Todo empezó un martes, me levanté dispuesta para ir al colegio, como todas las mañanas, pero ese día no era como cualquiera. Ese día era el principio de un nuevo curso y el final de las vacaciones. Esa mañana estaba nerviosa porque iba a ir a un colegio nuevo, ya que por problemas tuve que dejar el anterior. Por fin iba a pasar a 2º ESO.

Cuando llegué a clase, todos los niños y niñas se acercaron para conocerme, me pareció hacer buenos amigos aquel día, pero no fue así, porque días después, dejaron de hablarme y… ¿huían? ¿de mí?, no sabía qué sucedía, cuando llegué a casa llorando (sin que mis padres se diesen cuenta), entré en mi cuarto, cerré la puerta con seguro y me acosté en la cama llorando, silenciosamente, cansada de que siempre me pasase lo mismo, en todos los colegios mis compañeros simulaban ser mis “amigos” pero no. De repente me dormí victima del cansancio. Al día siguiente el profesor pidió un trabajo en grupos de cuatro o cinco personas, y como siempre me quedé sola sin ningún compañero con quien hacer el trabajo, cuando llegó el momento en que el profesor preguntaría con quién iba a ir cada uno, al llegar mi turno avergonzada contesté que yo no me había emparejado con nadie, directamente el profesor miró alumno por alumno y dijo:

– Laura, tú irás con el grupo de Ana, Lucas, Carlos y Juan Miguel.

Llegó la hora del patio y como siempre fui a sentarme sola, pero de repente, Ana, Lucas, Carlos y Juan Miguel se acercaron a mí.

– ¡Hola! Si vamos a hacer el trabajo juntos tendríamos que planear el día y la hora en que quedaremos (me dijo Carlos)

Después de planear las cosas tocó el timbre, algo que no quería, pues por una vez no estaba sola y sabía que el resto de las horas ya no lo estaría. Llegué a casa después de un día raro, al menos no tenía que preocuparme por hacer sola el trabajo. Por la tarde cuando quedamos para planear cómo iba a ser el trabajo, pasamos momentos divertidos, les conocí bien durante aquellos días que pasamos juntos trabajando cooperativamente; los minutos pasaron sin darnos cuenta y yo me sentí una más en el grupo. Aquellos días al llegar a casa estaba contenta por lo que había hecho durante el día, la emoción hacía que tuviese ganas de todo y que la tarde pasase rápido, comparado con antes que sólo quería estar sola en mi cuarto con la luz apagada y durmiendo, porque pensaba que al menos en mis sueños era el único sitio donde nada ni nadie podría hacerme daño. Ahora, en cambio, me acostaba feliz, dormía la siesta e incluso veía la tele … .Tenía amigos con los que estar, tenía quien me animase, quien se preocupaba por mí, estaba contenta pero también me invadía el miedo, el miedo a perderles.

Tras 4 meses con mis nuevos amigos, uno de ellos me presentó a un amigo suyo, el cual me empezó a caer muy bien y nos hicimos grandes amigos con el tiempo, el problema fue que yo me enamoré de él y no tuve valor para decírselo, incluso después de medio año cuando él se iba a ir a otro lugar, y no volvería a verle, me conformé con pensar que al menos nos quedaría la amistad .

Cuando él se fue sentí un vacío muy grande, sentía que me faltaba algo en mi vida, ya que él era el que daba magia al grupo, gracias a él nos unimos más, cuando se fue ya nada fue igual, pensé que ya no volvería a verle, ya que se fue muy lejos (como a 5 horas de donde yo vivía). Seis meses después me enteré de que estaba saliendo con una chica y estuvo con ella durante 4 años. La chica era muy guapa y ahí fue cuando ya me di por vencida. Cada noche no podía dormir pensando en ello, pensando en él, una noche me dio por escribirle un whatsapp:

-¿Cómo va todo?, a ver cuando te pasas por aquí y nos volvemos a juntar todos.

Estuve esperando un poco, pero supuse que se fue a dormir, cogí el móvil lo apagué y me dispuse a poner la mente en blanco, intentando dormirme. Cuando desperté encendí el móvil, mientras que se encendía me preparé las cosas para ir al colegio y encontrarme con mis amigos, y en especial con mi amiga que, como siempre, soportaba mis charlas sobre el chico que aun me gustaba: Mario. Él no es alguien muy guapo, pero tiene algo especial; sus ojos son marrones, es ancho de caderas, un poco más alto que yo y lleva gafas. Su aspecto no era lo que más me gustaba de él, sino su amabilidad y su corazón lleno de bondad, era todo un caballero y siempre me trataba bien, no nos escondíamos nada, me llegó la noticia de que ya no estaba con su novia después de un año, y fue entonces cuando su mejor amigo me dijo:

-Mario me dio esto para que te lo entregase

Cuando extendió el brazo cogí una nota que decía:

-“Ella nunca fue la mujer de mis sueños, fue algo mejor, la mujer de mis despertares”

Esa nota me dejó sin palabras, y pasé días pensando en aquella nota .Un día estudiando escuché el timbre (tono de mi móvil, ¡Era Mario!)

– ¡Asómate! Mi amigo quiere darte una cosa de mi parte. Me asomé y allí estaba su amigo, bajé y ¡pum!, allí estaba él! De bajo de mi portal, se había escondido .Me cogió de las manos y me dijo:

– Nunca tuve valor de decírtelo y estos 2 años que he pasado sin ti viví aferrado a tu recuerdo, en aquella nota que te envié me refería a ti, tú eres la mujer de mis despertares.

HASTA EL INFINITO Y VUELTA, por Lucía Montesinos Medina, 2ºESO A

Todo empezó el 1 de Julio de 1956. Lewis iba como siempre haciendo el reparto de periódicos del día . Pedaleaba como nunca antes en la vieja bicicleta de su padre, pues tenía que llegar a tiempo a su segundo trabajo, el cual no es que le hiciera mucha gracia ya que, bueno, trabajar en un bar de carretera con el jefe más sucio de toda Canadá no es que fuera el sueño de nadie.

Abrió la puerta apresuradamente y todo seguía como siempre, el olor a fritanga, los moteros de los martes tomando sus cervezas y el viejo Erl, su jefe, quitándose los restos de café de su enorme bigote. Pero había algo diferente, y ese algo era ella. Una preciosa chica rubia de ojos verdes que alumbraba todo el bar con su deslumbrante sonrisa. Ella había traído la nueva moda al bar, e iba atendiendo a los clientes rápidamente gracias a sus patines de cuatro ruedas.

Lewis quitó su mirada de ella, ya que no quería quedar en ridículo, así que rápidamente se puso el delantal y entró en la cocina a preguntarle a Erl.

–Hola Erl! ¿Quién es la chica nueva?

– Se llama Anna, vino hace unos días preguntándome si le podía contratar, se ofreció a limpiar el local todas las semanas sólo por 3 dólares más que tú.

– Con que Anna, ¿eh? Desde ese momento Lewis supo que nunca iba a olvidar su nombre.

Rápidamente salió a la barra a atender a los clientes. Se puso muy nervioso al notar que ella se acercaba.

– Hola, soy Anna ¿Y tú?

– Lewis, encantado – Él hizo una pequeña reverencia provocando la risa de la joven.

Los ojos de Lewis se iluminaron en ese momento. Amaba su risa.

Pasó el tiempo y los dos se fueron haciendo muy amigos, todos los días se iban juntos cuando terminaban de trabajar e iban con la bici a algún parque a tomarse un sándwich, después se despedían y cada uno volvía a su casa, pero Lewis siempre hacía lo imposible para quedarse un poco más junto a ella porque, sinceramente, estaba muy enamorado de Anna, y cada día lo estaba más.

Un soleado día de agosto Lewis se armó de valor y le dijo que si le gustaría tener una cita con él mientras que iban de camino a casa, lo cual hizo que Anna se cayera de la bicicleta.

Lewis enseguida pensó que ella no quería tener nada con él y agachó la cabeza avergonzado.

Anna, al darse cuenta de que él había malinterpretado su acción, le aclaró todo rápidamente.

– Claro que quiero Lewis – y ella sonrió como enamorada. Le dio un beso en la mejilla y se fue pedaleando a gran velocidad.

Tuvieron varias citas, cada una mejor que la anterior. Cada día los dos se querían más, pero a ambos les daba vergüenza admitirlo.

El día que Lewis se decidió a pedirle oficialmente a Anna que fuera su novia se presentó genial, ni una sola nube. Así que felizmente se fue a comprar todo lo necesario para que ese día fuera perfecto.

Y la ansiada tarde llegó y un inquieto Lewis se encontraba caminando de un lado a otro del parque donde habían quedado.

En el momento en que la vio aparecer, se quedó impresionado. Estaba más guapa que nunca, y eso ya era mucho decir.

Vestía un precioso vestido de color verde, que combinaba perfectamente con sus ojos, y una pamela para que no le diera el sol.

Los dos se sentaron a tomar el riquísimo picnic que Lewis había preparado meticulosamente.

Y entonces el esperado momento llegó. Y comenzó con las bonitas palabras que le tenía preparadas.

– Bueno, en realidad no sé por dónde empezar, desde el día que te vi me enamoré de ti, y no has salido de mi cabeza ni un solo momento. Y, sinceramente…te quiero, te quiero más de lo que piensas, te quiero hasta el infinito y vuelta. Cada día que paso contigo es más especial y pues… me preguntaba si querías…

Pero se vio interrumpido por los labios de Anna, tardó un poco en reaccionar pero en seguida le siguió el beso, el mejor beso de su vida, porque indirectamente sabía que le había dicho sí.

Pero de repente todo empezó a temblar y vieron a la gente correr de aquí para allá. Los dos entrelazaron sus dedos y corrieron sin saber ciertamente hacia donde se dirigían. De repente se vieron apretados en el centro de una gran multitud. Sus manos se fueron separando por la gente que se movía de un lado para otro en el reducido espacio. Lewis intentaba desesperadamente que sus manos nunca dejaran de tocarse, pero cuando su último dedo se separó, todo se volvió negro…

Se levantó en su cama y miró desesperadamente el calendario. Era 1 de Septiembre, el primer día de instituto. Asustado miró a su pared, pero no encontró ninguna de las polaroids donde salían él y Anna. Bajó rápidamente a la cocina y le preguntó a su madre sobre el terremoto, ésta le miró como si estuviera loco y le dijo que nunca había habido un terremoto en Canadá. Una lágrima cayó por sus ojos…Se sentía estúpido, pensaba que todo había sido un sueño, pero de alguna forma todo parecía tan real, tan perfecto…

Pasó largos días sin poder quitarse el rostro de la joven de su cabeza, esos perfectos ojos eran difíciles de olvidar.

Iba caminando por el instituto con la cabeza gacha, dándole vueltas a ese rostro cuando notó que le tocaban la espalda, sacándolo de su trance.

– Perdona, soy nueva. ¿Me podrías decir dónde está el aula 15?– Reconocería ese rostro en cualquier sitio, eso ojos verdes, esa melena rubia pero, sobre todo, nunca olvidaría esa sonrisa.

LA NIÑA QUE NUNCA ENVEJECIÓ por Irene Picó Samper, 2ºESO B

Era una mañana tranquila en la granja, como siempre, pero yo ya estaba cansada de que todos los días fueran igual, me aburría nada más de pensarlo. Yo era una niña activa y con ganas de aventura, quería descubrir mundo, pero cada vez que le decía a mi madre si podía ir a la orilla del mar para explorar un poco todo aquello: los insectos, moluscos, algas… Ella siempre tenía algún trabajo que darme, como tender la ropa, jugar con mi hermano etc. En definitiva, excusas para que no me fuera. Yo siempre intentaba convencerla, pero ella nunca cambiaba de opinión “Las personas mayores nunca comprenden nada por sí solos y es agotador para los niños tener que darle siempre y siempre explicaciones”. (El Principito)

Siempre que mi madre se iba al pueblo con mi hermano, yo no perdía ni un segundo, me iba corriendo a la orilla del mar.

En esos momentos en los que estaba a solas con la naturaleza me sentía con fuerzas de hacer cualquier cosa, me venían infinidad de emociones a la cabeza y eso me llenaba de satisfacción, incluso había veces en las que me quedaba dormida entre esas rocas tan grandes que descansan en los extremos de las orillas, pero que por mucho que suba la marea nunca te alcanza. En esos momentos me sentía viva, lejos de preocupaciones, miedos y todo tipo de pensamientos aburridos, hasta que venía mi madre diciéndome que fuera a la granja enseguida, y entonces todas las preocupaciones y los pensamientos rutinarios volvían a mi mente

Pasaron años y años, con el tiempo me compré una casa en la orilla del mar y todos los días me iba un rato y me quedaba allí hasta media noche contemplando ese bello paisaje, y me sentía como la niña inocente y astuta que era y eso me hacía sentir bien porque lo cierto es que “todas las personas mayores han sido niños antes, pero pocas lo recuerdan”.

NO HAY SUEÑO SIN DIFICULTADES por Álvaro Guillem Fernández, 2ºESO A

Era viernes por la tarde cuando decidí marcarme una meta en la vida. Mi meta consistía en ser jugador de fútbol profesional.

Se lo pregunté a mis padres y me dijeron que era muy improbable. Se lo pregunté a mis amigos y se rieron de mí. Se lo pregunté a mis abuelos y me dijeron más de lo mismo. Y por último se lo pregunté a mi entrenador, pero éste me dijo que si me esforzaba, al final llegaría a serlo.

Actué como me dijo mi entrenador, esforzándome. Llegó un día que estaba jugando con mis amigos en el parque y caí por las escaleras haciéndome un esguince.

Estuve tres meses sin poder mover mi pierna hasta que por fin pude volver a jugar. Cuando fui a entrenar ya no recordaba muchas de las cosas que antes sabía pero eso no me frenó, al contrario, me esforcé más para poder alcanzar el nivel de los demás o incluso superarlo. Empecé a acostarme y levantarme un poquito más pronto, a entrenar en vez de una hora, una hora y media, y me preparé a conciencia.

Empecé a entrenar con mi equipo y me sentía mejor, porque estaba a su nivel o más. Llegó el día del primer partido de temporada y yo estaba entusiasmado porque no jugaba un partido desde hacía casi nueve meses. Acabando el partido empecé a sentirme muy mal y me llevaron al hospital, era apendicitis. Me tuvieron que operar y esta vez estuve un año sin jugar.

Empezaba a creer que no era mi destino ser jugador de fútbol profesional, pero no me rendí y seguí esforzándome muy duro, cada vez más hasta que un hombre, que resultó ser un ojeador, me invitó a jugar en un equipo de fútbol profesional. Y de ahí aprendí que ante todas las dificultades, tienes que seguir esforzándote. “Las dificultades preparan a personas comunes para destinos extraordinarios” (C.S Lewis).

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