Un muro de fronteras invisibles ha doblegado nuestra forma de pensar. La libertad nos mira desde el otro lado con los ojos de un niño, galopando con un trote desprovisto de fuerza. La ambición que antes nos despegaba del sueño para lanzarnos a perseguir imposibles, se ha acomodado plácidamente en un sofá que le queda grande. Comparte sitio con la sencillez, que mucho más modesta se ha conformado con un minúsculo remanso de paz.
Esa sencillez le susurra humildemente al tiempo que el denostado “ya” es un adverbio de infinitas posibilidades, pero “después”, después podría ser una historia que jamás empiece. El tiempo parece convencido, y mira de soslayo a la persona que permanece recostada en el zócalo de la ventana, no dice nada, pero sienten lo mismo. Toda la vida soñando a lo grande, y resulta que al final de todo, añoramos lo menos extravagante.
La nostalgia se acerca sigilosamente al humano, y le arropa con añoranza, un escalofrío recorre su cuerpo. Las dos miran entonces lo mismo. Cree ver a lo lejos a su madre. Tan hermosa como la recordaba, quiere degustar esa secuencia en silencio, congelando cada fotograma en la memoria de su corazón, pero la visión se desvanece, es el oasis en mitad de la nada, el espejismo que a veces dibuja la esperanza. Todo llegará, se consuela entre lágrimas.
La felicidad, atrapada entre dos aguas, hace su aparición estelar. Coge la mano de la persona y la estrecha contra sí. Estaré contigo, si tú lo deseas. Siempre tan oportuna y legal, piensan todos casi al unísono. Ella condescendiente, le sonríe y busca su abrazo. Te busqué por los rincones más inhóspitos, en el exotismo de lo desconocido, en la inagotable novedad de lo insólito, en otras vidas, en otros yo que inventé para encontrarte, sin saber que nunca te habías ido.
Fue una escena entrañable, como le gusta decir al amor, siempre tan enfrascado en sus pasiones. Y lo cierto es que lo fue. Unidos en aquel salón, pequeño y acogedor, unimos nuestras manos para ayudarle. El humano sonrió, el humor siempre sabe cómo conquistar, y se durmió sobre el colchón que le había preparado el aprendizaje.
El mundo volverá a rotar como de costumbre, la esperanza bien lo sabía, pero quienes lo ayudarían a girar de nuevo, antes lo colmarían del cariño olvidado. A él le debían la oportunidad del comienzo, la frugalidad del presente y la confianza en un futuro.
Aquella mañana, cuando despertó, se sintió diferente. No recordaba nada de la noche anterior, echaba mucho de menos a los suyos, eso no había cambiado, pero por primera vez en muchos días, la ilusión le animó a disfrutar de un buen desayuno. Seguirás adelante, por ti y por las personas que están deseando abrazarte, le dijo mirándole fijamente. Al contemplar aquella escena, hasta el enfado dio un paso atrás.
Entonces la ternura llegó a la estancia, y quiso hablar desde lo más profundo de sus adentros…
«Nadie nos advirtió que extrañar es el costo que tienen los buenos momentos»
Mario Benedetti
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