Queridos Reyes Magos:
Os escribo esta carta, aunque sé que estaréis muy ocupados, no para pediros un deseo, sino para agradeceros todo lo que me concedisteis a cambio de nada…Noches de ensueño en las que, efectivamente, hubo magia; noches en las que yo, prendida de una inocencia y una emoción irrefrenable, corría a buscar el abrazo fuerte de mis padres, en cuyos ojos brillaba una sensación tan única y especial que sigue latiendo aun hoy en mi recuerdo. Fui tan feliz que ahora que he crecido no puedo evitar preguntarme esto: ¿por qué tuve ese inmenso privilegio?
Siendo niña nunca reparé en el hecho de lo importante que eráis para mí, sí sé que cuando se acercaba el día de vuestra ansiada visita, me sentía inquieta, procuraba portarme bastante mejor de lo normal y durante los instantes previos a vuestra llegada, sólo el hecho de esperaros le concedía un enorme sentido a todo lo que antes, quizá, me había pasado desapercibido. Me mostraba más atenta, más nerviosa, más entusiasmada, y sólo la alegría tenía cabida en mi pequeño corazón. Sin embargo, durante aquellos días, admito que rara vez pensé en aquellos niños que, resignados, habían arrinconado al olvido la posibilidad de veros algún día.
Yo no elegí, pues ninguna persona puede hacerlo, y quién sabe si por azar, por un mero golpe de suerte o por razones inescrutables que escapan a la condición humana, tuve el inconmensurable honor de disfrutar del que debería ser un derecho: LA INFANCIA. Tal vez por ello, porque ese derecho sigue sonando a suposición, pero le falta veracidad y realismo en la práctica, lamento más si cabe, las ocasiones en las que no cuidé lo suficiente de ese preciado regalo, lloré por egoísmo, me enfadé sin razón y desperdicié segundos que ahora rogaría por volver a tener.
Conozco la frustrante sensación de haber anhelado algo con todas tus fuerzas, hasta el punto de sacrificar todo lo demás creyendo que así las posibilidades de hacerse realidad aumentaban, y resignarte a contemplar como el manto de la desolación termina cubriéndolo todo, incluidos tus primeros sueños, sin duda, los más auténticos. Quizá a consecuencia de esa triste lección, aprendí que los deseos no son algo que nos pertenezca sin condición, y que muchas personas incluso, olvidaron el día en que dejaron de tenerlos.
Por eso no quiero pedir nada, absolutamente nada, porque ya recibí lo más valioso. Disfruté de 22 navidades al lado de mi padre, de su imborrable sonrisa, de su efusividad, de su mirada cómplice, de sus gestos de amor y sus palabras dulces, de sus te quiero y sus abrazos…Recibí su paciente comprensión, sus consejos, incluso sus regañinas que tanto me ayudaron a crecer…Y eso es algo que me pertenece, un tesoro imperecedero que vivirá en mí siempre. Por ello, porque ya recibí el mejor de los regalos, y porque todavía tengo miles de gracias que dar, millones de palabras por pronunciar, infinitas ganas de emocionarme cada día, de dejarme embriagar por el aroma natural que desprenden las cosas más sencillas, porque no quiero malgastar ni un solo minuto –sean muchos o pocos los que el destino me depare-, porque quiero seguir creyendo en todo lo que un día me contagiasteis y transmitirlo de la misma manera a los que lo necesiten, no puedo, ni anhelo tener nada más.
Me despido de vosotros, sus Majestades, con el homenaje que ahora sigue. Mis alumnos, al igual que yo, sólo deseamos que vuestra presencia se haga omnipresente en todos los hogares del mundo…