Querido yo…

Cuando era niña disfrutaba de los días sin más, no reparaba más allá de los primeros segundos desconcertantes al despertar, en saber si era lunes o sábado, pues para mí todos tenían algo especial. Recuerdo que siempre me levantaba con una sonrisa y rara vez, salvo en ocasiones extremadamente puntuales, me sentía triste. Nada me acongojaba y me ponía el mundo por montera cada dos por tres.

Me sobraban horas de sueño, pues muchas veces las desestimaba por considerarlas tiempo perdido, yo prefería jugar, reír con mis amigos, pasear junto a mis padres, cantar mis canciones favoritas y fantasear con los sueños que algún día, lejano, podría cumplir.

Cuando era niña vivía la vida sin preocuparme en cómo sería ella conmigo, simplemente la aceptaba como el regalo que altruistamente me había sido concedido, y tal vez por ello, fui inmensamente feliz. Y es posible que ahí esté la clave, el día en que empecé a preguntarme por la vida en términos que sólo un adulto debería barajar, ese día, todo empezó a ser diferente.

Sí, tomé una conciencia mayor o tal vez más realista de mi propia existencia, pero durante mucho tiempo me desistí a creer que esa nueva madurez pudiera destrozar su esencia y mucho menos el amor incondicional que yo sentía por ella, así que luché por preservar esa pequeña parte de mi yo interior que se resistía a crecer para seguir nutriéndome de su fuente natural de optimismo.

Sin nada más que una ligera idea de lo que era la vida, me lancé de bruces sobre ella dispuesta a abrazarla, a quererla a pesar de sus defectos, a perdonarla por sus errores, a aprender con ella y a escucharla más, para no juzgarla antes de lo debido. Ella a veces fue fría, casi distante, me rompió el corazón con sus desprecios, dándome la espalda en el momento más insospechado; fue cruel, mezquina hasta lo inimaginable, pero aun en el peor de mis recuerdos con ella, hay fotogramas, borrosas secuencias que aún hoy circulan por mi mente en una danza maravillosa. Esas imágenes me acompañan allá donde voy y son muchas veces el engranaje que guía mis pasos.

Aun así, mentiría si dijera que en más de una ocasión no me hubiera gustado resguárdame al amparo de esa inocente y despreocupada concepción de la vida que todos tuvimos alguna vez, pero hubiera sido cobarde no aceptar que la vida nos reta para hacernos más fuertes, aunque esto, a veces, sea difícil de creer. Cada embestida, cada golpe, cada caída, nos hace caer en el desaliento, pero es nuestra fe en ella, en nuestra vida, la que nos da el golpecito que necesitamos para seguir adelante.

Cada uno de nosotros somos héroes de nuestra propia batalla, pero la realidad es que a veces nosotros somos nuestro peor enemigo. Renunciamos a oportunidades por creernos incapaces ante ellas; somos feroces e incisivos críticos con algunas facetas de nuestra personalidad, sin ser conscientes de que son esas cualidades las que nos hacen diferentes y únicos. Nos infravaloramos y ocultamos con recelo la parte de ese yo que reservamos para cuando estamos solos, haciendo únicamente visible a los demás, los resquicios del otro yo que intentamos en balde que nos represente por completo.

Todos necesitamos ser aceptados, contar con la aprobación de aquellos a quienes queremos y nutrirnos de su fuente inagotable de cariño. Necesitamos imperiosamente que nos quieran, sentirnos queridos y amar sin límites, para no lamentar el día en que no lo hicimos. Es la naturaleza más pura de nuestro instinto, y sin ella difícilmente podríamos encontrar sentido a nada.

La vida sólo nos da una oportunidad para ser quienes queramos ser. Por eso viaja, ama, conversa con tu interior, aléjate de lo que no te representa y busca en el fondo de tu corazón, a solas y en silencio, todas las respuestas. Y por primera vez, te habrás encontrado a ti mismo. Tú en plenitud, formando un maravilloso juego de luces y sombras.

Cartas de los alumnos a sí mismos…

Como he puesto en la parte delantera de esta peculiar carta, espero estar leyendo esto en unos quince años, aproximadamente. El problema es que no sé siquiera sí podré atreverme a abrir este papel lleno de estúpidas reflexiones de adolescente algún día.

Esta no va a ser la típica carta de: espero haber cumplido mis metas, mis sueños, estar dedicándome a lo que quiero, porque ahora mismo no tengo claro ni lo que quiero cenar, cómo voy a saber algo que cuestiona mi vida a un mayor nivel.

A mis aburridos y cortos trece años, he aprendido que nadie se muestra como realmente es. Todo el mundo tiene una máscara que se coloca cuando se siente vulnerable, un disfraz, una apariencia, un “otro yo”. Así que nunca sabes si estás hablando con la persona en realidad o sólo con la parte de él o de ella que quiere mostrar.

Yo, o nosotras, no sé… (Esto es tan raro que ni siquiera sé como dirigirme a mí misma.), no me acuerdo cuándo empecé a construirlo, pero sé, que de momento el muro que esconde mis más sinceros y profundos sentimientos sigue siendo impenetrable; aunque por dentro me muero por que alguien logre traspasarlo y conocerme como realmente soy.

Espero que a mis veintiocho años de edad, (que es cuando supongo estaré leyendo este montón de palabras sin sentido) alguien lo haya conseguido, sino, creo que explotaré.

La gente dice que la adolescencia es una etapa para vivir el momento, exprimirlo al máximo, pasarlo bien. Yo no sé los demás, pero para mí, no es tan fácil como lo pintan. Tras mi máscara se esconden lágrimas de inseguridad, tristeza… Pequeñas gotas de cristal escondidas tras el muro, y que nadie sabe de su existencia. Esas diminutas, aunque abundantes lágrimas, se acumulan tras la barrera, y al final, terminará por desbordarse.

Muchas veces siento que debo soltarme, mostrarme como soy, pero no puedo, sencillamente me es imposible. El mero hecho de no ser aceptada me aterra. Pero espero haber afrontado este temor cuando esté leyendo esta carta. Y sino, tengo un mensaje urgente para mí misma:

“Tienes que mostrarte como realmente eres, ser tú misa, porque de lo contrario, la gente de tu alrededor querrá la idea que tienen de ti, y no a ti en estado puro. Porque la parte de detrás del muro se hará pequeña y pequeña, hasta acabar por ser inexistente. Y como Paulo Coelho explicó en su hermoso relato: “Mi otro yo”, si acabas con ese “otro yo” acabas con tu esencia, tu alma, contigo misma. Sólo tienes que dejarte llevar por tu verdadero yo, y encontrarás a las personas que te quieran de verdad.

Aitana Palao Peydró, 2ºESO B

¡Querido Octavio!, últimamente te veo feliz y alegre, sé que no sabes que te observo, y ambos sabemos que eso no es exactamente lo que sientes, sino lo que les haces ver a tus familiares y amigos, por miedo a que piensen que eres débil o inferior. También sé que te sientes en ocasiones frustrado y enfadado y que por dentro tienes ganas de gritar de rabia, por las injusticias que pasan a menudo, no lo expresas en público ni tampoco dejas que esas injusticias te desmoralicen, sé que sigues adelante e intentas erradicarlas con tu empeño.

Te sientes estresado y agobiado en ocasiones, y a raíz de eso a veces muestras mal genio y te enfadas mucho con tus seres queridos sin motivo, sé que lo haces sin darte cuenta, pero para eso te estoy escribiendo, para darte consejo y decirte que pase lo que pase, siempre tendrás a esas personas que quieres y amas a tu disposición para todo lo que necesites, por eso debes cuidarlas. No te sientas avergonzado ni oprimido por tus propios sentimientos, sólo deja que salgan, porque de vez en cuando, viene muy bien soltarlos y decir lo que piensas. Y cuando estés estresado por algo, sea lo que sea, no olvides hacer otras cosas para relajarte. Sólo quiero que siempre que puedas mires el lado positivo de las cosas, y que, sobre todo, no olvides aprovechar los pequeños instantes que te da la vida.

Con mucho amor: Tu otro yo.

Octavio Ferrero Miró, 2ºESO B

Querida Clara,

Te escribo esta carta porque, al fin y al cabo, soy la persona que mejor te conoce. Y la que mejor te puede ayudar. Esta carta es para ti, por lo tanto sólo tú vas a entenderlo todo a la perfección.

Escribo esto para desahogarme, para que sepas que estoy aquí y seré la única que lo esté siempre.

Cierro los ojos y nos veo en la cuna, tan pequeñas, tan indefensas e inocentes frente a la vida en sí. Recuerdo cuando no llegábamos al estante donde estaba nuestro juguete preferido y nos poníamos a llorar ya que no podíamos alcanzarlo y requeríamos de la ayuda de mamá o de papá, eso era lo que menos nos gustaba, en verdad siempre fuimos muy independientes, a veces demasiado. También recuerdo cuando jugando nos caíamos y nos hacíamos un pelado en la rodilla, como llorábamos, como si se acabara el mundo. Era irónico ya que el nuestro no había hecho más que empezar.

Éramos indefensas, pero qué seguras nos sentíamos cuando mamá nos hacía la guarida secreta, creo que nunca nos sentiremos tan seguras como lo estuvimos en sus brazos. O cuando papá nos decía «Te quiero pequeña», esas tres palabras eran necesarias, eran como una pequeña dosis de energía extra que recibía nuestro corazón.

Dicen que siempre hemos sido muy curiosas, ahora aún lo somos, pero menos. Creo que con los años se va perdiendo parte de esa frescura inicial, esa curiosidad insaciable por saberlo todo. Eso es algo que deberíamos apuntar en la lista de «Cosas a mejorar», pero no de cambiar;toda nuestra vida hemos oído el `tienes que cambiar esto o tienes que cambiar lo otro´, no me gusta esa expresión. Nunca nos ha gustado. No se trata de cambiar, las personas no cambiamos, mejoramos. Vamos progresando con los años. Así deberíamos de pensar todos. Pero bueno, me voy del tema, estoy aquí para hablar de nosotras. Aún no te lo he dicho, pero me gustaría que supieras que te quiero, que quiero que te quieras y quiero que nos queramos siempre, porque si nosotras no nos queremos ¿quién nos va a querer?

Esta carta es para ayudarte, pero hasta que no me he puesto a escribirla no me he dado cuenta de que también me ayuda a mí. Y mucho. Ha sido como una terapia de psicología, pero sin salir de casa. ¡Ah! Hablando de psicología, es nuestro sueño desde hace ya bastante tiempo. Convertirnos en una gran psicóloga, poder ayudar a la gente con sus problemas. Espero que lo hagamos bien. Pero para conseguirlo tenemos que estar ahora centradas, pues nos estamos acercando a la meta final.

Ahora mismo estamos pasando por una mala racha, nuestra adolescencia. Estamos enfadadas con el mundo la mayor parte del tiempo, sobre todo con mamá, esto es algo que tenemos que añadir a la lista de «Cosas a mejorar». Estamos confusas, ya que lo que ayer nos gustaba hoy lo odiamos, o al revés. No sabemos bien lo que queremos hacer con todo en general. A veces somos demasiado impulsivas para hacer las cosas, no pensamos. Bueno, por no hablar del carácter, es lo primero que tenemos que mejorar. Sobre todo con mamá, que es la que nos aguanta las veinticuatro horas del día y con la que más broncas tenemos, porque si no nos deja hacer algo nos enfadamos, damos cuatro gritos, algún que otro portazo y ya está. Como si así solucionáramos algo, ¡qué ingenuas somos a veces! Pero también tiene mucho que ver con la edad, es algo «normal» ahora. Cuando no nos dejan hacer algo, comprarnos algo o incluso hacernos algo en el pelo, creemos que somos unas incomprendidas, a veces tenemos razón, pero no siempre. Los adultos no nos entienden en la mayor parte de las cosas que nos gustan o que nos queremos hacer y es algo que no entiendo. Total, el pelo crece, ¿la ropa? Ya se pasará la moda, o ya nos cansaremos de esa prenda. Esto tendría que venir de serie, nosotros tendríamos que tener un manual para entender a los padres y ellos uno para entender a los hijos. Sería todo más fácil. Algún día podríamos inventarlo ¿no crees?

Quiero que nos queramos por encima de todo, porque esta época es muy dura y con los cambios tenemos las hormonas revolucionadas y un día nos vemos estupendas y otro no nos queremos ni un poquito (otra cosa que hay que mejorar).

Que nos tenemos que rodear de buena gente y apartar la energía negativa de nuestra vida. Todo lo que nos quite la sonrisa que se vaya por donde ha venido y muy lejos a ser posible, porque nos merecemos ser felices y punto.

Tenemos que tener presente que si algún día nos sentimos bajas de moral, deberemos hacer un esfuerzo por estar arriba, pero que al igual que estamos en lo alto también podemos bajar. Eso es algo a lo que nos tenemos que acostumbrar, pero que sea de las pocas cosas a las que hay que acostumbrase, no tenemos que darles el placer a otros de ser conformistas. Tenemos que ir siempre a mejorar en todos los aspectos: en el baloncesto, en los estudios, en nuestros sueños, en nuestras opiniones y en cualquier cosa que nos pase en la vida. No nos podemos permitir que la lista se quede vacía, por lo menos tiene que tener dos o tres cosas susceptibles de mejora. Nos tenemos que levantar cada día pensando que ese día va a ser el mejor de todos y que nos van a pasar un montón de cosas maravillosas. Siempre con una sonrisa en la cara, porque estar tristes no merece la pena. Tenemos que pensar que pueden ocurrir cosas geniales y que si no lo vivimos al máximo, es un día que perderemos de nuestro paso por el mundo.

Tenemos que confiar mucho en nosotras, querernos muchísimo y cada vez que nos miremos a algún espejo vernos bonitas, porque lo somos.

Y nada pequeña, creo que está todo dicho. Esta carta la vamos a guardar como nuestro pequeño pero valioso tesoro. Y cada vez que nos sintamos mal, tristes o con poca autoestima quiero que leamos esta carta y que nos demos cuenta de que somos estupendas. Incluso con todo lo bueno y lo no tan bueno que nos forma como persona.

Te quiero mucho y quiero que tu también te quieras muchísimo. Que todo lo que hagamos sea de corazón y porque queremos. Que nos tomemos la vida de forma positiva, y procuremos que nuestro paso por la Tierra haya sido realmente único y maravilloso. Y, sobre todo, que nunca dejemos de ser nuestro yo en plenitud.

Cariñosamente, tu yo.

 Clara Valero Cespedosa, 2ºESO B

Querido yo de dentro de diez años.

Durante estos últimos años te he estado observando.

No olvides nunca ser tú misma, con tus virtudes y tus defectos, no dejes que nadie te manipule, sé libre, no tengas vergüenza de mostrar al mundo cómo eres en realidad y, sobre todo, diviértete, aunque eso suponga algunas veces no seguir las normas.

Aprendiste de los errores cometidos antaño y procuraste hacer lo que tú creíste correcto.

Recuerda que no has de llorar por personas que no se merecen tus lágrimas, confía en personas que demostraron ser verdaderos amigos y procura tener siempre cerca a tu familia, por muchos disgustos y peleas sin sentido, que puedas tener.

No abandones tus esperanzas, persigue tus sueños y no te rindas nunca. Aprovecha cada segundo, cada instante para vivir la vida, ya que la etapa más bonita de nuestra vida se acabó y ahora empezamos una nueva, mirando hacia el futuro sí, pero siempre viviendo el presente. Lo mejor o lo peor quizá esté por llegar, pero las dos sabemos que hay algo en lo inesperado que nos intriga.

No olvides nunca el lema de “Vive y deja vivir”.

Elige tu destino y escoge quién serás en un futuro. Y recuerda, jamás olvides quién eres.

Lucía Valls Hernández, 2ºESO B

Querida Lidiana,

Hacía tiempo que no sabía nada de ti, hasta que empecé a recordar mi pasado, y ahí es donde estás tú, en cada lado. Recuerdo muchas cosas y en todas estás, a veces me gustaría no recordar cosas que dejaron marca, que siguen atemorizándome, me gustaría que todo fuese tan fácil como parece, pero por desgracia nada lo es. Te escribo para decirte que no sigas así, como mi yo del pasado, camina, avanza y piensa más en tu futuro, ya que gracias a él podrás disfrutar de cosas geniales, momentos inolvidables con personas que serán importantes en tu vida y que, seguramente, estarán siempre a tu lado, gustándoles estar contigo a pesar de todo.

Lidiana Martínez Pérez, 2ºESO A

 

Hola Carlos,

Últimamente te veo muy contento, supongo que será porque has conseguido tu sueño de tener una mujer, dos hijos, y un trabajo que te hace feliz y te permite tener los fines de semana libres para disfrutar de tu familia. Yo sigo igual que la última vez que te escribí, aún me acuerdo que antes solía hacerlo muy a menudo: por tu cumpleaños, en cualquier otra celebración, un día sin más, porque necesitaba contarte cómo me sentía.

El otro día me acordé que tenía que decirte que buscaras en casa de papá y mamá, en nuestro antiguo cuarto, aquel libro de hojas sueltas que escribí durante el 2015 en el que figuran todos los buenos momentos con los amigos y la familia, pero también los malos momentos. Te sugiero que lo leas para que la nostalgia te haga revivir en tu mente bellos recuerdos. Está encima de la mesita de noche.

Sabes, me llena de curiosidad la respuesta que tú tienes a la pregunta que yo hoy me hago: ¿Qué fue de Camilo y Valentina, mis periquitos? Bueno, si te digo la verdad, prefiero que no me lo cuentes y que el propio destino sí lo haga por ti.

También me gustaría saber cómo están mis profesores de secundaria, ya que me quedan dos años en el colegio, y no sé si los volveré a ver algún día…

Espero que tú ya hayas visto la saga de “Harry Potter” ya que yo no, y la de “Indiana Jones” también…

Po cierto, al final ¿Hiciste bachillerato o hiciste algún módulo? ¡Estoy muy nervioso, necesito saber eso!

Siempre he soñado con tener mascotas ¿También lo has conseguido? Si es que sí, ¿Cuál? Si es que no, ¿Por qué? Espero que tengas periquitos, un perrito y una gata. Ojalá que sea así.

Bueno me tengo que despedir.

Espero tu respuesta,

¡Adiós!

Carlos Asensio Alal, 2ºESO A

 

 

EL OTRO YO 

Mario Benedetti

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había quitado la vida.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

BREVE REFLEXIÓN:

El pobre Armando pasó buena parte de su vida intentando conciliar y limar asperezas entre dos personalidades radicalmente opuestas. Una de ellas siempre intentaba por todos los medios imponerse y alzarse victoriosa frente a la otra; y Armando, aunque erróneamente, terminaba declinando la balanza en favor de la más fuerte, tratando de evitar con ello más quebraderos de cabeza.

Esta postura no era justa, pero todo podría haber quedado ahí, de no ser porque esa lucha la lidiaba Armando en su propio interior. Su yo rudo, implacable, tosco y osado se empeñaba en derrotar, aniquilar y destruir por entero a su yo sensible, profundo e inseguro, quien entonces lloraba desolado al sentirse arrinconado, perdido y desesperadamente solo.

A Armando, por mucho que le costase reconocerlo, –y de hecho nunca lo haría-, esta situación le incomodaba y no le hacía en absoluto feliz. Quería a sus dos yo por igual, cada uno –por separado- le aportaba cosas únicas y especiales, y aunque en ocasiones recelase de algunas de sus cualidades, o incluso las llegara a aborrecer o a menospreciar, sabía que sin ellas nunca hubiera sido Armando; y Armando era una persona con sueños, con luces y sombras, con ganas de encontrar su lugar, de amar y ser amado, de desmelenarse y dejarse llevar, guardándose la seriedad para las cosas importantes.

Armando se enfrentó, como muchos otros antes, al mayor enigma del ser humano: saber cómo era en realidad, y cuando lo resolvió, rehusó la respuesta, ¿y por qué? tal vez por miedo a no gustar, a ser rechazado, a decepcionar a aquellos en los que él había confiado las más altas expectativas. Y, cómo no, se equivocó, porque desde entonces dejó de ser Armando para ser una vulgar parodia de sí mismo, una mitad sin vida arrojada al inescrutable juicio de los demás, un yo ahogado en su propia búsqueda que se quedó huérfano de espíritu, de esencia.

Armando desestimó de él esa parte que le hacía diferente frente a los demás, y eso marcó su final. Armando no se escuchó, ni se habló a sí mismo con sinceridad, aplacó el grito sofocante de su voz, que se fue haciendo cada vez más inaudible; Armando trabajó arduamente en la creación de otra persona, la que le hubiera gustado ser pero no fue, y tal fue el esfuerzo depositado en dicha obra, que se olvidó de volar libre siendo simplemente él.

La de Armando fue una historia triste, de esas que dejan un sabor amargo, pero quizá de no ser así su lección no nos hubiera afectado tan profundamente. Sólo tenemos una oportunidad para mostrarnos al mundo como realmente somos, sin miedo, sin perjuicios, disfrutando del mero hecho de vivir, para que llegado el ocaso de nuestra existencia sólo nos quede paz, y la satisfacción de haber hecho lo que sentimos de todo corazón.

 

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