Walt Whitman nos invitaba en uno de sus más ilustres poemas a vivir la vida intensamente, sin mediocridad, olvidando con ello el esbozo de días futuros que pudieran distanciarnos del hoy, el momento que de verdad nos pertenece.
El gran Whitman creía en la fugacidad del tiempo, pero no así en el reguero de buenos instantes que a su paso podría legarnos. Quizá por ello el maestro Whitman emitía profundos alaridos por los techos de este mundo, sabía que su voz de poeta podría remover conciencias, atrapar nuestros sentidos y convencernos para siempre de que cada segundo puede ser único en nuestra existencia, y profundamente valioso en la de aquellos que nos precedieron.
Somos seres llenos de pasión, decía, de sueños y esperanzas, que necesitan celebrar los éxitos y las alegrías, y reservar el dolor para cuando realmente merezca la pena.
Nuestra naturaleza nos hizo amantes de una sonrisa contagiosa, de un atardecer compartido, de un gesto de cariño espontáneo. Y, sin embargo, nos hizo fervientes detractores de las despedidas, de las lágrimas que puedan hacer naufragar nuestra paz, abandonándola al océano de una insalvable tristeza. Nos confió el instinto de ser fieles a nuestro corazón y díscolos de la rigidez irracional y extrema, pues sólo el primero dicta las mejores respuestas y es siempre el incondicional consejero.
Venimos al mundo con la única ambición de encontrar la felicidad, búsqueda que resulta únicamente satisfactoria cuando después de todo, de lo bueno y lo malo que el destino nos pueda deparar, podemos decir bien fuerte que conocimos el amor verdadero, que amamos sin condición a cuantas personas formaron parte de nuestra vida y la hicieron especial, porque definitivamente, ellos y ellas lo eran.
Nos equivocaremos, quizá no una, ni dos, sino miles de veces, pero el amor a los nuestros siempre nos traerá de vuelta. Si como nuestros sabios antepasados hacemos nuestro el emblema latino Carpe Diem, ciertamente no perderemos un día de sol, dejaremos que la lluvia nos envuelva con su tenue manto y no nos faltarán los motivos para mirar hacia adelante. Y así, nuestros días contados serán una infinidad de buenos e increíbles recuerdos. Algunos se irán para no volver, otros se perderán en nuestra memoria, pero siempre habrá alguien que los conserve en nuestro lugar; y habrá otros, muchos otros que compondrán nuestra maravillosa y personal historia. Ni incluso la más desdichada de las experiencias deberá dejar en nosotros una desdeñable huella, porque como decía Whitman “la vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima…”, pero también nos enseña.
Por todo ello, “no dejes que la vida te pase a ti sin que la vivas”. Abrázala y cuídala como el mejor y más preciado regalo. Empápate del sabor de cada nueva experiencia, y nunca te permitas estar a la vuelta de todo, pues no hay sensación más grata que la de seguir creciendo cada día un poco.
Queridos alumnos y alumnas espero que estos doce años hayan sido sencillamente únicos, y que viváis el resto de vuestra vida con mucho, muchísimo amor.
“Creí que era una aventura y en realidad era la vida” Joseph Conrad.
La aventura de la vida es aprender. El objetivo de la vida es crecer. La naturaleza de la vida es cambiar. El desafío de la vida es superarse. La esencia de la vida es cuidar. El secreto de la vida es atreverse. La belleza de la vida es dar. La alegría de la vida es amar» William WardSergi Juan Beneyto, 1ºESO A
Miriam Navarro Moreno, 1ºESO B
Javier Rueda Pérez, 1ºESO A
Lucía Quintana Fernández, 1ºESO B
Nicolás Martínez Company, 1ºESO A
Vicky Bernabéu Balibrea, 1ºESO B
Marcos Berlanga Juárez, 1ºESO A
María Reche Guillem, 1ºESO A
Álvaro Medina Pérez, 1ºESO A
Nieves Casado Verdú, 1ºESO A
Clara Sirvent Martínez, 1ºESO A
Natalia Guillem Mayor, 1ºESO B
Sonia Sanchís Arnedo, 1ºESO A
Pilar Berenguer Pina, 1ºESO A
Aida Cazorla Redondo, 1ºESO B