Su presencia despierta en cada persona sensaciones distintas, hay de los que viven aguardando con emoción manifiesta su llegada, y al recibirla, la acogen con complacencia y pasión; sin embargo, y como contrapartida, los hay también que no pueden evitar recordarla con nostalgia, y su venida no les trae más que un amargo dulzor; los hay quienes nunca creyeron en ella, hasta que una experiencia les hizo cambiar de opinión; los hay, por el contrario, quienes aún en la peor de las batallas, nunca perdieron la esperanza y siguieron amándola sin condición.
Y lo único cierto es que tal vez nunca lleguemos a un consenso, pero esa realidad es parte intrínseca de la Navidad. Los hay quienes seguirán esperándola, otros la rechazarán, habrá quienes le den de nuevo un voto de confianza y quienes optarán por reinventar su concepción; pero más allá de convencionalismos, todos los que creemos profundamente en el amor, todos los que deseamos preservar parte de esa inocencia con la crecimos, todos los que vivimos con intensidad, los que no nos dejamos vencer, los que estamos convencidos que la solidaridad puede cambiar el mundo, los que creemos en el poder de la ilusión y en la fuerza de un sueño, los que escuchamos, enjugamos lágrimas, provocamos sonrisas, curamos con palabras, miramos a los ojos y tratamos de avanzar siempre juntos, con determinación. Todos los que siempre tuvimos fe en el ser humano, de alguna inequívoca manera queremos y apreciamos la Navidad, pues es parte de nosotros, de lo que somos.
Siempre es un buen momento para decirle a las personas que estimamos lo importantes que son para nosotros, pero quizá ahora, cuando la Navidad abraza y abriga con más intensidad nuestros corazones, tenemos una mayor necesidad de hacerlo. Gracias a todos los compañeros y amigos, padres y madres, hermanos, hermanas, abuelos, abuelas, tíos, tías, primos y primas por hacer de nuestra vida un viaje extraordinario.