Nunca creyó en él, de hecho su nivel de escepticismo al respecto podía decirse que estaba elevado al cuadrado, ¿quién podía creerse el viejo cuento de que una fuerza, un ente o quizá un poder sobrenatural que nadie había visto, ni constatado jamás, podía cambiar el orden de las cosas en menos de un segundo? Prefería creer que todo, absoluta y rotundamente todo, sucedía porque sí, sin más, casi sin explicación empírica aparente, pues dejar su porvenir en manos de algo inescrutable no sólo la asustaba ampliamente, sino que la abocaba inconscientemente a la resignación, pensaba entonces que si algo había de suceder, porque así estaba escrito en alguna parte, qué podía hacer ella -una simple mortal- por cambiar lo que sin duda estaba fuera de su alcance. Sin embargo, y muy a pesar de su voluntad manifiesta, en más de una ocasión tuvo que reconocer que se había planteado la posibilidad de que ese azaroso desconocido se le hubiera aparecido alguna vez.
Ella nunca había conocido el amor, hasta que llegó él, un joven inquieto de ideas utópicas que soñaba con cambiar el mundo al estilo de nuestros revolucionarios antepasados. Era tan pasional que a veces su mente se obligaba a seguir el ritmo agitado de su corazón, y el resultado era un discurso atropellado de frases casi ininteligibles, que lejos de enaltecer provocaba la risa de sus compañeros, quienes paradójicamente le admiraban por ello, por su espíritu frenético y su lucha incesante por conservar la esperanza. Quizá por esa razón, por su tormentoso pudor a hablar en público, le encantaba escribir, y lo cierto es que no se le daba mal.
Luciana y él congeniaron desde el principio, y cuando los dos tomaron confianza, empezaron a intercambiarse sus reflexiones sobre la vida, porque a ella también le apasionaba escribir. Y así, a través de palabras nunca pronunciadas, de silencios abiertos a la interpretación, de pausas premeditadas, de secretos dosificados, los dos se encontraron a sí mismos.
Así pasaron los minutos, las horas que se convirtieron en días, y los días en meses, y los meses tristemente en años, y nunca ninguno de los dos se atrevió, ni tan siquiera por el tradicional sistema de la correspondencia, a ponerle voz a lo que ambos sentían. Luciana acariciaba con sus dedos cada palabra escrita por él, y el tiempo parecía detenerse ante cada uno de sus renglones, que ella siempre releía una y otra vez. Soñaba con despertar una mañana con el valor suficiente como para declararle sus sentimientos, pero al levantarse siempre tropezaba con la desazón propia de la cobardía.
A él le sucedía lo mismo, era capaz de expresar sus ideas y opiniones con vehemencia, de defenderlas ante el más alto tribunal, pero algo en su interior le obstaculizaba liberar a la más poderosa de todas las emociones: el amor. La observaba caminar, y los pasos algo desgarbados de Luciana le hacían suspirar como un bobo enamorado; todo en ella cobraba un cariz diferente, especial. Y cuando la veía acercarse, ese simple hecho era premonitorio de que el día se presentaba feliz. Luciana y Gabriel de alguna manera se acostumbraron a vivir así, abrigados por la solidez de una amistad auténtica e inquebrantable, o eso querían creer.
Una mañana lluviosa y gris, que no parecía reservar para ellos nada ostensiblemente diferente, sucedió algo que cambió repentina y dolorosamente el rumbo de las cosas. El padre de Luciana, el hombre de su vida, su referente, su guía, su gran y valiente amigo, su primer amor, se fue para siempre. Luciana nunca superó aquel dolor, y para peor de males, dos meses después Gabriel se fue a estudiar lejos, y aunque se prometieron entre lágrimas no perder nunca esa relación que tanto les había dado, se despidieron con el miedo de que la distancia pudiera con aquel juramento.
Gabriel estaba en el interior del tren, cuando sin saber porqué, a Luciana le vinieron a la mente las palabras de su padre: “Sólo cuando de verdad deseas algo, empiezas a creer para dejar de imaginar”. Instintivamente rozó con un bolsillo interior -hasta ahora desconocido- de su chaqueta verde, su preferida porque se la había regalado su padre una mañana de abril, y en ella encontró un trozo de papel algo roído, y automáticamente reconoció la letra de su padre. “Nunca le pondrás nombre, porque no lo necesita, pero basta con mirarte a los ojos para saber que si alguien puede hacerte sentir así es porque sin duda le has encontrado. Cuando te escucho pronunciar cada letra de su nombre, Gabriel suena más dulce que cualquier otro. Por eso hija, aunque no hables de amor, de nada sirve negar su presencia”.
El tren se perdió entre la neblina de la mañana, Gabriel apoyó desolado su cabeza sobre el cristal humedecido y frío de la ventana, y cerró los ojos intentando dejar de pensar. Llegó a su destino, y tras varios intentos fallidos por encontrar la localización exacta de su edificio, al fin la halló. Una vez en el interior de aquella vieja casa, se sintió más triste de lo que nunca antes se había sentido. Así que para aliviar su pena consideró que lo mejor era mantener la cabeza ocupada, por lo que se dispuso a deshacer su maleta. Ya no quedaba nada en su interior, cuando Gabriel detectó que algo parecido a un sobre se reflejaba a través del forro poco tupido de su maleta. Se apresuró a ver de qué se trataba y al abrirlo encontró para su sorpresa el siguiente mensaje: “Tal vez algún día debas coger un tren para darte cuenta de que quieres volver”, escrito de puño y letra por el padre de Luciana.
Y como por arte de magia los dos comprendieron cuál era su destino. Nunca sabremos por qué Luciana y Gabriel depositaron su fe ciega en aquel sabio consejo, pero lo cierto es que fue la mejor decisión de sus vidas…
Hasta que la muerte nos separe por Ángela Mínguez Bernabéu, 2ºESO A
Lúa y yo éramos inseparables, íbamos a todos lados la una con la otra, era como una hermana para mí.
Desde bien pequeñas ya andábamos juntas, compartiendo sonrisas, y pequeñas cosas que marcaban la diferencia. Poco a poco fuimos creciendo, y nos dimos cuenta entonces de que éramos algo más que inseparables.
Un día, Marta, María, Lúa y yo salimos a dar una vuelta por la ciudad. Era una tarde normal, como cualquier otra. Lúa nos contó que sus padres habían planeado un viaje a Tailandia en verano, decía que estaba muy ilusionada, y que tenía muchísimas ganas de ir a explorar un mundo totalmente nuevo para ella.
La fecha llegó, dos días antes, estaba en su casa, ayudándole con el equipaje. Lúa me contaba lo impaciente que estaba y qué creía que iba a ver al llegar allí, qué sensación sentiría al pisar el suelo de otro lugar distinto del que venía. Yo, sinceramente, no estaba tan feliz porque se fuera a un lugar tan lejano, pero prefería no decir nada. Era la primera vez que nos separaba tanta distancia.
El día que iba a viajar, la acompañé al aeropuerto junto con mis padres. Sentía alegría por ver que lo iba a pasar tan bien, y a la vez tristeza por todos los riesgos que implicaba subir en aquel avión rumbo a tierras desconocidas. A las 17.37 p.m despegó el avión y con él mi media naranja y cientos de personas más. Subí al coche y justo cuando cerré la puerta sentí un fuerte escalofrío que recorría todo mi cuerpo. Ella y yo hablábamos todas las noches, me contaba qué había hecho a lo largo de todo el día. El quinto día fueron de safari, iban a explorar la zona sobre elefantes. Vio animales de todo tipo, desde enormes tigres hasta bebés chimpancé. Todo iba bien, hasta que los elefantes se pararon inesperadamente. No respondían a las órdenes de los dos guías que les acompañaban. Todos quedaron en silencio, y de repente un tigre se abalanzó sobre el elefante en el que iba Lúa. Ella cayó al suelo inconsciente, y finalmente el tigre fue ahuyentado por Yassel, el guía que iba junto a ella. La llevaron a un hospital, ya que al parecer se había golpeado fuertemente la cabeza. Pasó toda una tarde allí, inconsciente, debido al poco material médico de aquel centro hospitalario. Y muy preocupados por su situación regresaron a España.
Nada más llegar sus padres me llamaron, su madre Aurora me informó detalladamente sobre el accidente, y fui corriendo, móvil en mano, al hospital donde se encontraba Lúa.
No podía creer lo que había ocurrido, y me sentía culpable, porque de alguna forma sentí que iba a ocurrir. Pero ya no había nada que hacer, tenía el corazón partido en dos mitades, sólo podía esperar y que el tiempo lo decidiese todo.
Afortunadamente, tras dos días en coma, Lúa volvió a abrir los ojos, estaba muy débil, pero yo estaba allí, con sus padres, con una sonrisa resquebrajada, que dejaba ver por una parte lo preocupada que estaba y por otra la alegría que sentía por ver de nuevo esos brillantes ojos verdes mirándome fijamente.
Se recuperó completamente, la única marca que le quedó después del accidente fue una pequeña cicatriz en el pómulo izquierdo, que, inexplicablemente, coincidía con la mía, la que me hice de pequeña cuando me caí del tobogán de su jardín.
Tal vez, el destino quiso separarnos, o tal vez nos quiso unir aún más. Un misterio que jamás nadie sabrá y que quedará grabado en nuestros corazones hasta que la muerte nos separe.
Un malentendido que lo cambió todo por Mila Martínez Ferrero, 2ºESO B
Fuerza desconocida que se cree que actúa de forma inevitable sobre las personas y los acontecimientos, así definen algunos diccionarios la palabra destino; otros lo definen como un papel en blanco en el que cada uno escribe su propia historia, creo que esa es la definición con la que más de acuerdo estoy, porque pienso que tú debes ser la persona que decida hacia dónde vas y cuál es tu camino. Pueden haber muchas definiciones sobre alguna cosa, pero pienso que hasta que no vivimos algo, no sabemos qué es en realidad, y así es como yo descubrí el significado de tan deseada y a la vez odiada palabra…
Ya hace un año de aquellos días tan completos, por decirlo de alguna forma para mí, pero empezaré por el principio:
Era un día lo suficientemente corriente como para que me levantase con la misma cara aburrida y triste de siempre, no era una persona muy feliz, por decirlo de alguna manera. Mi vida se había convertido en una sucesión de días monótonos a la espera de una noticia: la beca que siempre había deseado.
Se trataba de ir a la gran ciudad de Berlín y hacer un máster allí de medicina y así cumplir mi sueño, pero todavía no sabía si se haría realidad porque tras un duro mes de trabajo seguían sin decirme si había conseguido llegar a esa increíble meta.
Un mes y cinco días después dijeron los resultados, y nada salió según lo previsto: no me cogieron, no pude seguir adelante con aquello, entonces tuve que quedarme con mis mismos ojos caídos, tal vez un poco más, mis labios siempre rectos o curvados con la dirección contraria a una sonrisa y mi corazón con un hueco que sufridamente se quedaría vacío en el mismo sitio en el que había estado siempre trabajando.
Tres meses y cuatro días después creo que mi corazón de nuevo volvió a latir, estaba en casa tomándome plácidamente un batido de fruta cuando de repente mis ojos se abrieron al oír sonar el teléfono desde la otra parte de la casa, hacía mucho tiempo que no corría tanto, pero tuve que apresurarme para parar ese estridente ruido, entonces comprobé que ese número era completamente desconocido para mí. Al descolgar el teléfono y saludar tímidamente, oí una dulce voz que hablaba muy lentamente, pregunté por el nombre de la persona y me dijo que era la profesora que me quería tutorizar ese tan deseado máster en Berlín, le dije que debía haberse equivocado porque yo no había sido elegida, pero nunca antes había oído un tan rotundo y desesperado no, por lo tanto preferí no apresurarme a discutir con ella y le dije que tal vez había habido un error y ella me respondió que era lo más seguro. No sabía qué hacer, porque ahora ese error no podía cambiar, entonces la mujer volvió a su tono bajito y supongo que habitual y me dijo que lo arreglaría.
Al día siguiente me volvió a llamar y que dijo que efectivamente no había podido cambiar aquella situación, pero que había conseguido que me diesen otra beca para hacer un máster en Nueva York. En ese momento no sabía si chillar, llorar o reír a carcajadas, pero decidí no asustar a la profesora y sin dudarlo ni un segundo se lo agradecí muchísimas veces seguidas.
Una semana más tarde ya me encontraba allí, haciendo lo que siempre había deseado en el lugar con el que tanto había soñado, era mucho mejor que Berlín, pero creía que era demasiado para mí, sin embargo allí estuve cinco meses junto con mis entrañables profesores y el chico que más tarde se convertiría en mi marido.
No sé si fue cosa del destino, pero por un simple malentendido mi vida cambió de rumbo por completo.
¿Fue el destino? por Jorge Serrano Arratia, 2ºESO A
Me desperté somnoliento y un poco preocupado. Todo empezó cuando la noche anterior me llamó el jefe de una empresa muy importante, preguntándome que si podía asistir en un par de días al hotel «Palace´´. Yo, encantado, respondí asertivamente. Me dijo que nos veríamos al día siguiente a las seis de la tarde en el Chill-Out del hotel, y que no me preocupase por la habitación y por los precios, que estaba todo pagado. Yo me alegré, porque los precios de ese hotel tan precioso y lujoso estaban por las nubes.
No pude casi dormir, así que yo -muy curioso- me dirigí al hotel Palace, allí pregunté por una habitación que estaba a nombre de Don Antonio Pícaro y el recepcionista me dio la llave y me dijo que se encontraba en la última planta a la derecha. Rápidamente me subí en el ascensor y en menos que canta un gallo ya me encontraba ante ella. Y si digo la verdad me quedé impresionado, porque resulta que mi habitación era la Suite Presidencial. Entré algo tembloroso a la vez que ilusionado, aquello era enorme, era casi más grande que mi casa. Tenía de todo, jacuzzi, zona de relax, una nevera, una gran cama en la que sin exagerar podríamos dormir cinco personas, y un baño enorme.
A la mañana siguiente me desperté a la hora habitual, sobre las siete, me vestí y salí a correr como de costumbre, cuando apenas llevaba media hora corriendo, sin querer me tropecé con un chico que tendría unos pocos años más que yo. Estuvimos hablando un rato largo y cuando estaba a punto de marcharme dijo que me acompañaba a mi destino: el hotel Palace, porque resulta que él también estaba hospedado en él. Tras entrar en mi habitación decidí prepararme un refrigerio y sumergirme en el jacuzzi un par de horas.
Cuando ya quedaba apenas una hora para la reunión, me arreglé y bajé al Chill-Out, cuando ya me encontraba en aquella sala me di cuenta que todavía faltaba un cuarto de hora para la reunión, así que empecé a leerme el Marca, más tarde oí una voz que me parecía haber oído antes, levanté la mirada y vi de nuevo al chico que anteriormente me había encontrado en el parque a la hora de correr. Él también se sintió incómodo. Pero sin ningún problema me realizó la entrevista y yo le respondí sin temor. Cuando ya había visto mi historial y mi currículum me dijo satisfecho: ¡Estás contratado!
Estuvimos hablando un rato sobre mi contrato y todo la que mi trabajo conllevaba, yo estuve de acuerdo y firmamos el contrato.
Desde aquel preciso instante él fue un buen jefe y un mejor amigo. ¿Sería cosa del destino?
El destino por Estela Ortega Bernabéu, 2ºESO B
Era un día como otro cualquiera, el sol relucía con toda su fuerza, hacía viento, pero era soportable, no hacía mucho frío, destacaban mucho las flores por ese color tan intenso que tenían, no había rastro de nubes, pero para una mujer llamada Judit -de Madrid- no era un día cualquiera, iba a dar a luz a su primera hija, se iba a llamar Paula, estaba toda emocionada aunque muy nerviosa, se subió a un taxi con su madre y su marido.
Cuando llegaron al hospital, le atendió la comadrona y enseguida la llevaron al paritorio, pasaran como 6 horas hasta que oyeron el llanto del bebé, se la dejaron a su madre en brazos y vio que tenía la misma marca de nacimiento que ella. La marca de nacimiento se parecía a un corazón, estaba situada en el cuello, no se podía creer que ese bebé pudiera ser tan bonito, se dio cuenta de que tenía los ojos azules como el mar, se parecía mucho a su marido, le dio unos cuantos besos pero enseguida una enfermera se la quitó de los brazos, dijo que iba a ponerle una cosa al bebé, pasaron las horas y Judit y su marido se desesperaban al ver que la enfermera no volvía con el bebé, cuando la enfermera volvió no llevaba a su retoño, la enfermera estaba con los brazos cruzados y les dijo que su bebé había muerto porque no le funcionaban bien los pulmones. Judit y su marido no se lo podían creer, ¡pero si estaba bien hace un momento, no paraba de llorar, era imposible que hubiera muerto de repente! pero la enfermera se lo aseguraba, ese fue sin duda el peor momento de su vida, desde ese día nada fue lo mismo, pasaron los meses y Judit no podía hacerse el ánimo, no comía, casi no dormía, había entrado en una depresión muy profunda, pero con la ayuda de su marido se recuperó.
Seis años más tarde de la muerte del bebé, decidieron abrir una cafetería a la que pusieron el nombre de Abril, ya que su hija nació ese mes, y era una bonita manera de recordarla.
Un día apareció una mujer muy sofisticada, se notaba que era de clase alta y consigo venía una niña preciosa, tenía los ojos azules, llevaba dos coletas con unos lazos rojos preciosos y una chaqueta que le llegaba hasta las rodillas, y abrazaba a un osito de peluche, la mujer se sentó con una señora y la niña estaba aburrida y empezó a hablar con Judit, como ella le gustaban mucho los niños simpatizó enseguida con la pequeña. Empezaron a reírse las dos juntas hasta que la mujer le dijo a la niña que tenían que macharse y se fueron, Judit estuvo una semana sin saber nada de la niña, hasta que un día volvió a ir otra vez y se lo pasaron súper bien, Judit se enteró de que la niña se llamaba Marta y que no tenía padre ya que éste falleció en un accidente de avión cuando Marta tan solo tenía un año, Marta y su madre se hicieron clientas habituales, iban la mayoría de días, un día Judit se dio cuenta de que Marta y ella llevaban la misma marca de nacimiento en el cuello, le pareció raro pero pensó que era una coincidencia. Pasaron los años y Marta seguía yendo a la cafetería cuando podía, menos cuando tenía mucho trabajo por hacer. Cuando murió el marido de Judit, Marta hizo todo lo posible para animarla y ayudarla en todo lo que podía y eso hizo reforzar aún más la relación que tenían.
Marta creció cumplió 22 años, para Judit Marta era como su hija, ya que ella no tuvo ningún hijo, un día Marta llamó a Judit y le dijo que su madre estaba muy mal e iba a fallecer, Judit estuvo animando a Marta en todo momento, un día Marta buscando papeles en la casa de sus padres se encontró una ficha que le hizo descubrir que sus padres en realidad no lo eran, Marta se quedó sorprendida y le empezó a dar vueltas al asunto hasta que investigó sobre el tema, pasaron los años y se casó, Judit asistió a su boda parecía que fueran madre e hija de lo nerviosas y contentas que estaban la una con la otra, ese fue un día muy especial para ellas, un día recibió una llamada muy esperada por parte de Marta, era una llamada muy importante, ya que ésta le confirmaría o no, una cosa que tenía ella dándole vueltas desde que encontró esa carta en casa de sus padres.
Marta quedó con Judit para darle una noticia, Judit se quedó sorprendida y no paraba de llorar de la emoción, resulta que Marta era su hija, y ahí se dieron cuenta que el destino sí que existía para ellas, porque sin él no se hubieran encontrado, y no hubieran podido compartir el resto de su vida juntas.
Una historia de amor eterno por Lucía Vicedo Márquez, 2ºESO B
María y Juan eran dos amigos que prácticamente habían nacido juntos, porque ya desde bien niños, se llevaban muy bien, y confiaban mucho el uno en el otro, se contaban secretos…¡Eran inseparables!
María era una chica de 16 años, estudiosa, muy simpática, tenía los ojos azules y grandes, y era rubia con el pelo largo.
Juan era un chico de 15 años poco estudioso, muy tímido, tenía los ojos marrones y tenía el pelo castaño y rizado.
Los dos, a pesar de sus diferencias, se llevaban muy bien, tenían sus peleas, sus discusiones, como cualquiera. Pero no podían vivir el uno sin el otro.
Y pasaron los días, los meses, y llegó 19 de abril tan esperado, tenían la sensación de que iba a pasar algo pero no sabían el qué. Eran las tres de la tarde cuando sonó el teléfono, la madre lo cogió y dijo: Juan, te llaman. Aquella chica con la voz tan dulce era María. Ella le llamaba para ver si quería quedar con ella a las 17:00 en el café de la esquina. Era muy urgente ya que le tenía que contar una cosa. Juan estaba ansioso por saber qué era aquella cosa que le intrigaba tanto y que le quería contar. Llegaron las cinco, Juan salió de su casa en dirección al café. Cuando llegó allí estaba ella, tan guapa como siempre. Él le dijo: Cuéntame, qué era lo que me tenías que contar. Ella dijo: No sé cómo decírtelo, es que…Bien, te lo diré: me haces mucha falta y desearía que nunca te separas de mí.
Fueron pasando los días, las semanas, los meses y los años. Y llegó el peor momento de su vida. María se tenía que marchar a Inglaterra a vivir durante 4 años, ya que necesitaba aprender inglés. Se despidieron. Todos los días hablaban, pero llegó un momento en que dejaron de hacerlo. Y eso supuso que se pelearan y no se volvieron a ver jamás. Un día Juan, por motivos de trabajo tuvo que viajar a Inglaterra. Nada más llegar estaba demasiado cansado y decidió ir a tomarse un café al Wonder Café. Y justamente María también estaba allí. Se reencontraron y hablaron de todo el tiempo que habían desperdiciado al no estar juntos.