Me llamo…

Lo digo susurrando para que sólo tú me escuches, y así el mundo entero quede reducido a nosotros dos.

Lo digo en alto, a plena voz, porque necesito atraer tu atención, encontrarme con tu mirada y saber que puedo contar contigo.

Lo gritaré cuando me enfade, aunque después lo tararee en una canción que endulce tus oídos.

Tú amarás escucharlo, o quizá no, pero eso no importa, porque él te acompañará siempre, en silencio –si así lo prefieres-, o brindándose a los demás con elegancia y arrolladora personalidad.

Quienes más te quieren te lo dirán con inconfundible cariño, y tú responderás a él con condescendencia.  

Él sabe que no es único, ni diferente, ni puede que original, pero para ti sí lo es, y eso le hará sentirse especial.

Reconocerás en su esencia muchas de tus virtudes, y tal vez comprendas el porqué de tus defectos.

A veces añorarás su sonido, otras, sin embargo, desearás no escucharlo.

En ocasiones, pensarás en él como algo ajeno, pero pronto volverá a ti la sensación de que te pertenece, como si un lazo invisible te hubiera unido a él desde incluso antes de nacer, como si fuera tu único destino predecible.

Puede que él encuentre miles, millones de semejantes, pero tú harás que será irrepetible.

Y al final vuestra unión será tan sólida, tan mágica y tan fuerte que sin él no completarás tu identidad.

Tu nombre, breve o largo, simple o compuesto, con diminutivos o sin ellos, querido o no, solicitado u olvidado, popular o insólito, exótico o corriente, con tilde o sin ella, es tu carta de presentación, tu sello, y en definitiva, tú.

 

Mi nombre es Ainara y es de origen vasco, en euskera significa golondrina. Mis padres no tenían claro el nombre que me querían poner, pero si en algo coincidían es que deseaban que fuese un nombre un poco distinto, más original y, en definitiva, menos escuchado. Mi madre se decidió por Ainara, cuando un día estaba viendo las noticias y la periodista se llamaba así. Mi madre se informó sobre el nombre y le encantó el significado y se decantaron por él.

De pequeña me preguntaba por qué nadie se llamaba como yo, y yo era siempre la niña que tenía un nombre muy poco común. Al principio no me hacía mucha gracia cuando a la gente no se le quedaba el nombre y me llamaban de otra forma o me preguntaban otra vez por mi nombre porque no lo entendían, pero conforme fueron pasando los años y me fui haciendo cada vez más mayor, me he dado cuenta de que mi madre hizo bien en ponerme ese nombre y cada vez me disgusta menos y me va gustando más.

Me siento súper identificada con mi nombre y no sería capaz de escuchar cómo me llaman de otra forma.

Ainara Bautista Bayona, 3ºESO

Lucía es un nombre de origen latino, que significa “luz” o “la que nació con la primera luz del día”.

Yo, curiosamente, no me siento muy identificada con mi nombre, sencillamente porque no me gusta levantarme pronto, ni madrugar y porque además me encanta disfrutar de la noche, salir a cenar con mi familia o amigos.

Me llamaron Lucía porque mi abuela materna se estaba quedando ciega a consecuencia de la diabetes, entonces mi madre le prometió  a la Virgen el día de su boda, que si le conservaba la vista hasta que tuviese una hija, ésta se llamaría Lucía, ya que Santa Lucía es la patrona de la vista; esto es así porque según cuenta la leyenda  cuando Lucía iba a ser juzgada ante un tribunal, aun sin ojos, seguía pudiendo ver.

En definitiva, aunque no me siento muy identificada con el nombre de Lucía, tal y como dije antes, el nombre me gusta, sobre todo por la razón que mi madre eligió para que lo llevara con honor.

Lucía Brotons Sarabia, 3ºESO

Mi nombre es Carlos y es de origen germánico. Proviene de la raíz “Karl”, que significa <varón, viril, dotado de noble inteligencia>.

A mí, personalmente, me gusta mucho, ya que es un nombre que describe como soy.

Carlos es un nombre de amplia tradición histórica, popular y famoso.  De hecho, grandes y reputados personajes así como reyes, llevaron con honor el nombre de Carlos, éste fue el caso de Carlos Martel, Carlomagno (que proviene del latín <Carolus>), Carlos I, Carlos II, Carlos III…

Cuando digo en voz alta “Carlos”, me vienen a la mente palabras como fuerte, grande, robusto, con carácter, estudioso, loco… Adjetivos que me gustarían para mi personalidad.

Cuando nací mis padres me pusieron “Carlos” simplemente porque les gustaba. Mi madre quería llamarme “Jordi” o “Eduard” (dos nombres valencianos) aunque yo no me veo cara de “Jordi” o “Eduard”. Y mi padre, por su parte, quería llamarme “Emilio” ya que él se llama así, al igual que mi abuelo, mi bisabuelo… Pero a mi madre  no le gustaba, aunque le daba lástima cortar con la tradición.

De modo que buscaron un nombre ideal y que les gustara: Carlos, y de segundo nombre Emilio. Quedando así: Carlos Emilio Asensio Alal. Un bonito nombre, el cual me encanta. (Aunque “Emilio” nunca lo utilice…).

 Carlos Asensio Alal, 3ºESO

Nuestros nombres son simples palabras con las que se nos designan y distinguen de las demás personas. Interrogantes, quizá, que podrían llevarnos a desvelar millones de respuestas, pues ya se sabe, todo nombre encierra una historia.

Mi nombre es Soraya este nombre es de origen persa, referente a la constelación de siete estrellas “Pléyades”, significando “estrella” o “princesa”. Este grupo de estrellas se encuentran en la constelación de Tauro. En mitología griega, hija de Atlas.

La historia de mi nombre comienza con mi madre, ya que ella también se llama Soraya, las razones por las que la llamaron así son diferentes a las mías. Cuando nació, a sus padres les llamó la atención el nombre de Soraya por dos razones, la primera porque había en el mercado una muñeca (originaria de una empresa juguetera española) a la que habían bautizado con dicho nombre y, en segundo lugar, por Soraya Esfandiary, emperatriz de Irán y segunda esposa del último Sha de Irán. Por lo que a mí respecta, mi padre decidió llamarme Soraya porque pensó que como fui una niña tan deseada, lo mejor era ponerme el nombre de la mujer a la que más quería.

Me siento identificada con este nombre porque se dice que las personas llamadas así son tranquilas, reservadas y a veces distantes, ya que son tímidas e introvertidas y no temen a la soledad. Por otra parte, son honestas y sinceras, están dotadas de elevadas cualidades morales, y prefieren ser ellas mismas quienes solucionen sus propios problemas en vez de dejárselos a las otras personas.

Soraya Aracil Seco, 3ºESO

El 5 de Julio de 2002 en un hospital de la Vega Baja tuvo lugar el acontecimiento que cambió la vida de los Casanova LLinares. Ese día nació una pequeña niña de ojos castaños y piel rosada, cuyo nombre aún no estaba decidido.

A la madre de aquel pequeño infante le atraían los nombres exóticos y enrevesados, en cambio, al padre le gustaban más tradicionales.

Llegados a tal punto de desacuerdo los progenitores decidieron ir al grano del asunto dándole la oportunidad de elegir el nombre al que sería el hermano mayor de la recién nacida. A este pequeño de tan sólo 5 años lo enfrentaron a un dilema, la verdad, poco complicado, pues sólo tendría que elegir entre Marina o Silvia, y obviamente, como sabemos, eligió Silvia.

Según algunas fuentes de información, el nombre de Silvia proviene del latín y significa ‘de los bosques’ o ‘reina de la naturaleza’.

Silvia Casanova Llinares, 3ºESO

Mi nombre, a la vez que curioso, tiene un origen histórico que se remonta a la antigua Roma, su significado original es «octavo hijo». No se sabe con seguridad desde qué fecha exacta se empezó a utilizar, pero lo que sí se sabe es que lo utilizó el gran emperador romano Octavio Augusto.

Octavio, aunque interesante, es un nombre poco usual, a pesar de que el emperador antes citado fue portador del mismo. Me pusieron este nombre porque es el que tenía mi bisabuelo por parte de padre. Sé que no era el único nombre que me podrían haber puesto, pues mis padres también barajaron la posibilidad de llamarme Salvador, como a mi abuelo. Aunque, finalmente, se decantaron por la primera opción y, sinceramente, adoro mi nombre porque es original y poco convencional como yo.

Octavio Ferrero Miró, 3ºESO

Cuando nací mis padres me pusieron Ignacio, aunque preferían haberme inscrito como Nacho, pero en ese momento no estaba permitido. Es por ello, que aunque mi verdadero nombre sea Ignacio, todo el mundo me llama Nacho. Cuando era pequeño me daba mucha rabia que me llamaran Ignacio, cuando me lo decían, yo respondía: “No, soy Nacho”. Y pensareis, ¿por qué te pusieron Ignacio y no otro nombre? Porque el padrino de mi padre se llamaba Ignacio y en honor a él, por todo lo que hizo por mi padre, mi tío y mi tía, mis padres decidieron llamarme así.

Con el nombre de Ignacio no me siento identificado, porque siempre me han llamado Nacho y me siento más a gusto con este último. Por eso cuando vaya a renovar el carnet de identidad quiero probar a ver si en esta ocasión sí puedo hacerlo con el nombre de Nacho.

El origen de este nombre no está del todo claro. Se dice que la primera vez que se usó este nombre fue en el siglo I. Ignacio de Antioquía, discípulo de los apóstoles Juan, Pedro y Pablo, por lo que se cree que podría ser de origen griego o indoeuropeo.

Nacho Guerrero Ferrer, 3ºESO 

Yo me llamo Álvaro, nombre que finalmente eligieron mis padres cuando nací. En principio, según me contaron, me iban a llamar Eduardo, pero fue entonces cuando mi tío abuelo les dijo que por qué no Álvaro, y les gustó más que Eduardo, así que se decantaron por él.

A mí me gusta mi nombre porque me siento identificado con él. Álvaro es un nombre de origen nórdico, que con el paso del tiempo fue cambiando hasta su llegada a la península Ibérica. Su festividad cristiana se celebra el 19 de febrero. Me gusta porque considero que es un nombre con personalidad.

Álvaro Guillem Fernández, 3ºESO

Mi nombre proviene del latín “lux” que significa luz o “la que nació con la primera luz del día”, pero no me pusieron Lucía por eso. Siete meses antes de que naciera, mis padres ya pensaban en muchos nombres, y más tarde, cuando el médico les comunicó que iba a ser niña, fueron descartando poco a poco. La verdad es que no les costó mucho, pues a mi madre le gustó Lucía desde un principio por varias razones: en Ibi hay una ermita en honor a Santa Lucía mártir y además, aunque parezca raro, no era un nombre muy común tanto en la familia de mi madre como en la de mi padre, pues no teníamos constancia de que algún familiar se hubiese llamado así antes. El nombre de Lucía les pareció original, y después de pensarlo y sopesarlo mucho, decidieron ponérmelo.

Hoy, a pesar de que en clase seamos cuatro Lucías, me siento orgullosa de mi nombre, de su historia y de su significado.

Lucía Valls Hernández, 3ºESO

Lucía, el nombre que mi madre soñaba. »Bonito y elegante» así es como ella lo describe. Este nombre rondaba ya en su cabeza desde antes incluso de que yo naciera.

Desafortunadamente de pequeña tuvo bastantes problemas de vista, por lo que mi abuela, es decir, su madre, se hizo miembro de la cofradía de la ermita de Santa Lucía.

Lucía significa luz. Santa Lucía es la patrona de los ciegos, ya que según la leyenda fue una mártir siciliana de tiempos del emperador Galerio que recuperó la vista a pesar de que le habían arrancado los ojos.

A mi madre le encantó este nombre desde la primera vez que lo escuchó, ella sabía que si alguna vez tenía una hija la llamaría con ese nombre, y así fue.

Lucía Tárraga Romero, 3ºESO

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