Una de las expresiones literarias más importantes y hermosas del medievo fue, sin duda, el amor cortés, reflejo de un amor tan puro y deseado, como prohibido y utópico.
Después de conocer las luces y las sombras de este período histórico, y descubrir su legado literario, pedí a los alumnos que escribieran una historia de amor platónico, al estilo de los románticos trovadores. Y a la vista de estas maravillosas historias, no me cabe duda de que el amor ha sido, es y siempre será la mayor fuente de inspiración.
¡Disfrútenlas!
Poema de la despedida
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste… No sé si te quería…
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.
Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho… no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.
Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.
Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí…
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.
José Ángel Buesa
Aprendí a amarme
Me dolía, me dolía muchísimo. Era como una constante presión en el pecho que no me dejaba respirar. Solamente habían pasado dos días desde que descubrí que no era suficiente para el hombre al que amaba.
Siempre había sido consciente de que yo le adoraba más que él a mí. Sí, me tenía aprecio, me cuidaba, se preocupaba por mí. Pero no sabía amarme.
Nuestro matrimonio fue concertado, a los seis años ya sabía que me iba a casar con él. Desde ese momento, mi corazón no perteneció a nadie más. Me volví totalmente dependiente de él. Y esperaba con desesperación el día en el que pensaba que sería totalmente mío.
Pero me equivoqué, me equivoqué y caí estrepitosamente en el vacío del dolor.
Llevaba dos días encerrada en mi habitación, tumbada en la cama, y como única compañía tenía a Nana.
-Por favor, ábreme, te lo explico si me dejas entrar. Por favor no me ignores, te quiero, ¿vale? No lo olvides.
Y más lágrimas.
-Señora, ¿está segura de que no quiere que le abra?
-No Nana, no podría enfrentarle, sé que me destrozaría más de lo que lo ha hecho.
Me arreglé el vestido, entré al comedor y me senté en la larga mesa. Sobre mí, la mirada expectante de mi marido.
-Yo, yo, yo…
-No digas nada, por favor, no la fastidies.
-Quiero disculparme. Sé que te he hecho daño.
-Sí, me has hecho mucho daño, no sabes cuánto. Me has devastado alma y corazón, y has dejado en mi mente el único pensamiento de que no soy suficiente para ti.
-Cariño, sí que lo eres, te quiero.
-¡No! No digas eso, no me quieres, si quisieras de verdad no me harías daño.
-¡Es que solamente no sé cómo quererte! ¡Has estado enamorada de mí toda la vida! Me asustas, me asusta saber que nunca lograré ser como tú. Siempre te he tenido en consideración, pero me costó quererte como lo hago ahora. Yo no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo amarte, al menos como debes. Te mereces mucho más que lo que yo puedo ofrecerte.
-¡Pero yo te quiero a ti! No quiero más, no quiero una historia de amor perfecta, te quiero a ti.
-Pues eres realmente tonta. Podrías tener lo que quisieras. ¿Por qué? ¿Por qué me eliges a mí?
Él ya se había levantado, y tenía un brazo apoyado en mi respaldo, y el otro acorralándome en la silla.
Yo no podía hacer otra cosa que no fuera llorar, pensaba que después de tanto tiempo ya no me quedarían lágrimas. Pero ahí estaban otra vez. Mis cálidas y húmedas lágrimas, que habían sido mi única compañía cuando más necesitaba que me las secaran.
-¿Que por qué te elijo? Ya te lo he dicho. Te quiero frente a toda cosa, persona y circunstancia. Y ninguna infidelidad va a cambiarlo. Piensa, ¿por qué me ha dolido tanto, si no te quisiera? ¿Por qué he vuelto si no es porque te amo con locura?
-Enséñame- me dijo.
-¿Qué?
-Enséñame a amarte como tú me amas. Por favor.
-¿¡Enserio!? El amar a una persona no se enseña. – y en ese momento pensé una cosa. Una cosa de la que nunca me recuperaría, una sola acción que me dejaría un vacío permanente en el corazón y me impediría ser completamente feliz.
-Quizá debería alejarme de ti. Quizás debería olvidarte, pasar página, intentar ser feliz. – dicho esto me levanté y aparté la silla estrepitosamente.
-No, no, no. No me dejes – se arrodilló y me cogió de la cintura. Apoyó su cabeza en mi vientre y empezó a llorar.
Nunca le había visto llorar, y realmente me impactó. A pesar de eso le dije:
-Lo siento, no quiero sufrir más.
Y dicho esto, le besé la frente, le aparté sus manos de mi cintura y le dejé, allí, arrodillado, llorando, devastado. Y a su lado, mi corazón.
Aitana Palao Peydró, 3ºESO B
El día que te vuelva a ver
Nunca fue un amor correspondido, pero aun así, él y yo luchábamos porque lo fuera, hasta que se acabó y no volví a verle nunca más desde aquella noche.
Él era alto, cabello moreno, con unos ojos verdes preciosos en los que me gustaba perderme.
Todas las noches, a las once en punto, cuando todo el mundo apagaba las luces para dormir y descansar hasta el próximo día, nos encontrábamos en secreto en el balcón de mi habitación. Todo salía siempre como esperábamos, nunca nadie nos había descubierto, pero aquella noche sólo pasaron desgracias.
Solíamos hablar muy bajito, entre susurros, procurando no hacer mucho ruido para que nadie nos descubriera, incluso en alguna ocasión subió a mi habitación trepando por el balcón y nunca nadie había notado su presencia.
Hacía una noche preciosa, la luna llena iluminaba con fuerza, por desgracia, yo estaba a punto de comprometerme con un hombre al que yo no deseaba. Conversando con él aquella noche rompí a llorar debido a que no quería compartir mi vida con ese hombre y deseaba que el amor entre él y yo no tuviera ningún impedimento, él me abrazó y me dijo que algún día los dos podríamos ser felices, pero yo le dije que eso era imposible, y me contestó que nada era imposible, que sólo tendríamos que luchar por lo que queríamos, yo no contesté y seguí entre sus brazos, entonces la puerta se abrió de golpe, se acercó la figura de un hombre mayor, enseguida lo pude reconocer. Era mi padre, y cada vez lo teníamos más cerca, sabía lo que iba a pasar, por lo tanto le dije que corriera y que no volviera nunca, que yo estaría bien. En realidad, no quería que se fuera, pero debía hacer lo mejor para los dos. Esa noche me dio el último beso y me dijo por última vez que me amaba.
Mi padre intentó buscarlo hasta que se rindió, nunca volví a salir sola, siempre con la compañía del que ahora es mi esposo.
Pero no me arrepiento de nada de lo que hice. Desde que se fue siento un gran vacío en mi vida, pero siento que algún día lo volveré a ver, porque siempre recordaré lo que dijo: nada es imposible.
Ainara Bautista Bayona, 3ºESO A
Hilo rojo
En la vida no todo lo que ocurre es bueno, no todo es un camino de rosas, no todo es como los cuentos lo pintan.
Lo mismo ocurre en el amor, no todo es correspondido, no todos son amados, no todos aman, no todos sienten, no todos quieren sentir a alguien a su lado.
Dejando de lado esto, todos hemos tenido un primer, único y verdadero amor. Unas veces, la vida nos permite estar con él o ella para siempre, otras, las almas gemelas son separadas. El famoso hilo rojo que une a estas dos personas se alarga, pero jamás se corta.
La historia que voy a contar trata sobre este vínculo deseado por muchos.
Desde que nacieron, Clara y David estaban unidos, una fuerza, un sentimiento futuro, había algo que los unía. Desde que vieron la luz del mundo ambos estaban predestinados a encontrarse una vez en la vida.
A los cinco años se conocieron y se hicieron mejores amigos. Siempre estaban juntos, incluso practicaban el mismo deporte.
A los dieciséis, su relación se convirtió en algo más que una amistad.
A los 18 él se encaminó a letras y ella a ciencias. Estudiaron en ciudades muy alejadas una de la otra, pero su relación siguió adelante.
A los veinte todavía no habían acabado los estudios. Llevaban ya tiempo sin verse y, finalmente, él conoció a alguien más, al igual que ella.
Ambos se casaron y tuvieron hijos con sus respectivas parejas. Clara y David jamás volvieron verse.
Su hilo se alargó, pero jamás nada pudo ni podrá romper la fuerza del amor verdadero.
Una historia triste que en muchos casos se hace realidad, pero ¿Y si cambiamos su desenlace?
A los veinte todavía no habían acabado los estudios, pero se reunían frecuentemente y hablaban por Skype para no perder el contacto. Cuando acabaron la universidad, se fueron a vivir juntos a una casa de campo.
A los veintiséis, él le propuso matrimonio y un año después se casaron. A los treinta, tuvieron su primer hijo y tres años más tarde tuvieron otra hija.
Vivieron unidos desde el día en que nacieron hasta el día en que murieron. El hilo rojo unió sus dedos meñiques para siempre e incluso después de la muerte, este especial vínculo sigue existiendo.
Estos dos finales diferentes nos enseñan que una pequeña acción o decisión, puede cambiar nuestra vida para siempre. De poder estar con ese amor para siempre a no poder volver a verlo nunca más. Debemos aprender a tomar nuestras decisiones correctamente, ya que de lo contrario pagaremos un precio muy alto.
Carla Valero Ruiz, 3ºESO B
Cartas sin destino
Ellos eran dos enamorados, de estos que los ves y a ti también te entran ganas de tener pareja. Se miraban como los niños miran los escaparates de las pastelerías, como un prisionero observa la libertad desde las rejas de su celda. Pero todo acabó pronto entre ellos comidos por el pesimismo y por el miedo a lo que pensaran los demás. Él pensaba que la molestaba y ella que él se merecía algo mejor y así, poco a poco la barrera entre ellos fue creciendo.
Pero todo cambió ese 9 de agosto, ella salía de su nuevo apartamento y él intentaba variar la monótona ruta que tomaba para correr, sus ojos se cruzaron y mil fuegos artificiales se encendieron en su interior. Todos esos recuerdos y sentimientos una vez sepultados por las inseguridades se abrieron paso y salieron otra vez, como si el tiempo nunca hubiera pasado.
Se acabaron saludando con dos besos de cortesía, pero más cerca de los labios de lo normal y con olor a te echo de menos. Al final cada uno siguió su camino pero pensando qué habría pasado si se hubieran girado al final de la calle, sí algo habría cambiado. Así que acabaron como en el medievo, él escribiendo cartas pensando en ella y ella esperando a recibirlas para encontrar algo que le hiciera creer que su vida tenía aventura, pero nunca llegó a experimentarla.
Lucía Montesinos Medina, 3ºESO A
Amor imposible más allá de la muerte
Amor, para algunos es tener un nudo en la garganta, o mariposas en el estómago, u otros sólo repiten frases que han leído o escuchado en algún sitio.
Pero, ¿y el amor verdadero? Ese amor que esperan todos, ese amor que se da en los libros y en las películas, ese final feliz… O el amor cortés, esas historias de un amor real pero imposible, ese amor prohibido y utópico.
Esta es la triste historia de Aalis y Owen, una preciosa e inteligente dama que pertenecía a la nobleza, y su amado Owen, un pintoresco trovador perdidamente enamorado de ella.
“El cielo se tiñe de un color rosado. Amanece, puedo observar como el sol se despierta entre las montañas. Las paredes de mis aposentos empiezan a iluminarse por la resplandeciente luz del sol. Cierro los ojos y dejo que esa calidez me lleve a otro lugar… ¿Estarás bien, Owen? ¿Sientes dolor alguno? No puedo olvidar esos cálidos besos, esas caricias, esa sonrisa que me regalabas cada vez que nos veíamos en secreto. ¿Por qué no podemos estar juntos? ¿Por qué no puedo levantarme cada mañana a tu lado? Toda mi felicidad siempre es arrebatada… no quiero vivir con otro hombre al que no ame, no quiero vivir sin ti.
Añoro esos suaves labios, esos ojos verdes, esa preciosa sonrisa…Sólo quiero un mundo contigo, sin que la sociedad elija con quién debo casarme.
El sonido de la puerta de mi alcoba me devuelve a la normalidad, pero sigo contemplando el paisaje que me envuelve. Quiero desvanecerme, y ser uno de esos rayos de sol que me deslumbran.
_Aalis, es la hora de vuestro desayuno.
No puedo más, las lágrimas se apoderan de mí.
_Señora no llore…
Arlet se acerca a mí, y me envuelve en sus brazos.
_Todavía puedo recordar como lo ejecutaban frente a mí. Todavía puedo recordar su mirada asustada, pero a la vez tranquila. Y como pudo regalarme esa última sonrisa que desbordaba sentimientos y emociones…
No puedo continuar hablando, las lágrimas se han apoderado de mí. Sólo puedo llorar en brazos de Arlet, y recordar, sólo recordar todo lo vivido con él… sólo serán recuerdos”.
Inés Mira Pérez, 3ºESO B
Mi última oportunidad
Mis días se acababan y mi corazón palpitaba cada vez más y más, cuando el rostro de mi querida amada pasaba por mi cabeza. No me quedaba mucho tiempo, ella se iba a casar.
Mi corazón y todo mi ser decaían al ver la gran oportunidad que antaño tuve, y ahora sólo me quedaba el gran error que me torturaba día tras día.
Hubo un tiempo en el que ella me amaba, pero yo sólo me fijé en aquella forma física que me atraía, sin llegar más allá ,sin conocer su forma de ser, ni su forma de pensar, lo único que me interesaba era su aspecto.
Yo fui un niño ingrato y consentido, y ahora que maduré, tomé conciencia del gran dolor que a ella antaño cause. Ella me trató como a un rey, y yo a ella como un juguete.
Desearía poder echar el tiempo atrás, para poder tratarla como ella se merecía y poderle pedir perdón por todo aquel daño, mi corazón sólo deseaba permanecer a su lado y decirle todo aquello que sentía y siento por ella. El día llegó, su boda, ya es demasiado tarde, ella ama a otro hombre. Y yo jamás podré perdonármelo, me mata el dolor de haber sido un insensato.
Lidiana Martínez Pérez, 3ºESO A